LANARI Y COMPAÑÍA
─No escuches el contestador
─dijo la señora de Lanari ni bien el hombre entró a la casa.
─¿Qué? ─El marido entró al
recibidor, apoyó las llaves en la mesita de madera de guindo y arrimó
el maletín contra la pared, sobre el piso─ ¿Qué dijiste?
─Que no escuches el contestador.
─Ella se interpuso entre el marido y el teléfono.
─¿ Me lo hacés a propósito? Dame
el teléfono. ─El hombre empezó a aflojarse la corbata.
─No te conviene. ─La mujer
seguía sin moverse
─No seas boluda, correte, ¿Para
qué me lo dijiste? Te lo hubieras fumado vos sola ya que me cuidás tanto. ─Él
la empujó y la apartó sin mayor esfuerzo.
─¡Encima la boluda soy yo! Ya no
puedo más. Te lo dije, te advertí que esto iba mal. Mirá lo que tenemos que
pasar ahora…Llamemos a la policía
─¿ Policía? Dentro de poco la policía me va a venir a
buscar a mí. Dejame escuchar. ─Lanari apretó el botón del contestador y una voz
distorsionada atravesó el aire y le heló la sangre:
“¿Viste lo que le pasó al hijo
de puta de tu socio? Con vos va a ser peor”
Duarte, el hombre de confianza
del secretario del sindicato de la construcción lo había citado a Lanari en un
café de mala muerte, frente a la estación de Ciudadela. Llegó antes que el
empresario, con dos guardaespaldas que se ubicaron cerca de la salida. El
sindicalista lucía una campera de cuero marrón, una chomba patito y unos jeans planchados con raya. Se notaba
que no andaba por las obras desde hacía décadas. Cuando entró Lanari, de traje,
y todos los borrachines se dieron vuelta para escrutarlo, él se adelantó con un
ademán protector. Su lenguaje corporal transmitía algo así como “Quedate al
lado de mí, papá, que nosotros te protegemos siempre y cuando vos te pongas” Duarte fue al grano. No tenía
tiempo porque el gobierno había licitado muchas obras públicas y el trabajo se
multiplicaba. El sindicato, siempre atento al bienestar de sus afiliados, no
daba abasto.”Se la hago corta, Lanari. Le vamos a facilitar la terminación de
la obra en Glew para que pueda cobrar. Como usted sabe, nosotros nos encargamos
de contener a la familia del pobre compañero después del derrumbe …en fin, una
desgracia. Su socio no nos interpreta. Pero quédese tranquilo, entre nosotros seguro que vamos a
arreglar un número que nos cierre a todos”.
Lanari escuchaba a Duarte sin
mirarlo, mientras revolvía su capuchino. Estaba acostumbrado a negociar con
todos. Ése era el atributo más importante de los empresarios como él, que tanto
podían construir un puente como importar baratijas para navidad. Sabía que no
tenía ningún sentido hacerse el héroe republicano ni excusarse con la inminente
bancarrota que estaba enfrentando. Cuando Duarte terminó de hablar, Lanari se
paró y le dio la mano. Miró de reojo a los dos monos que se pusieron de pie como
un resorte y encaró hacia la puerta del boliche con la sensación de estar dando
un gran salto al vacío. Sin red.
“Pensar que yo insistí para que
nos casemos porque quería que me dijeran señora de Lanari y ahora me arrancaría
el apellido como me arranco los pelos del cavado ojalá fuera tan fácil pero
donde voy no me conocen así que vuelvo a ser yo como dice mi psicóloga seguro
que ella estaría de acuerdo con que me raje ya y no siga esperando no sé qué
milagro porque las cosas vienen mal desde hace tiempo y yo lo presentía igual
para qué si no me da bola pero de ahora
en más me borro y empiezo de nuevo claro que voy a poder seguro todo el
mundo puede si quiere y no me importa aunque tenga que trabajar de mesera en
Amsterdam no se me van a caer los anillos ya llaman para embarcar adiós pampa
mía”