EN TUS BRAZOS
Habíamos pasado la mañana riendo con los chistes
de un cómico de la radio. Nos reímos de la crisis económica, de la deuda
externa, del presidente. Sobre todo del presidente.
Vos me habías elegido una blusa azul francia y
unos pantalones de tela ligera con florcitas ocres. Yo quería calzado cómodo,
pero fuiste terminante: “Nada de pantuflas ─dijiste─ que
eso es para gente enferma” . Yo me puse
mis mejores sandalias sin chistar.
El almuerzo iba a ser un trámite. En realidad,
se nos hacía agua la boca al pensar en las masitas con crema pastelera que
siempre comprabas para la hora del mate.
Habías invitado a las mujeres de la
familia. A vos te gustaban esos encuentros cómplices. A mí también.
Los dos platos de sopa humeante reposaban
sobre la mesa, pero mis labios se empezaron a poner blancos. Me llevaste a tu cama. Las piernas me respondieron
ágiles como siempre, y eso te tranquilizó. Me acostaste y yo no podía inhalar
el aire que vos alborotabas torpemente con mi abanico verde, el más lindo de
todos. Y ahí estábamos, como al principio de nuestra historia pero al revés.
Ahora era yo la que boqueaba
mientras vos trazabas figuras
raras sobre mi pecho e invocabas ángeles que yo no conocía. Me desprendí del cuerpo con suavidad y te vi, hija, arrodillada a mi
lado dándome las gracias. Porque tu corazón supo que yo elegí una muerte íntima
y luminosa para sellar ese amor tenaz que todavía nos une.
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