Rosales
andaba por un montecito de algarrobos oscuros cuando vio venir desde lejos el
auto plateado. No salió aunque sabía lo que iba a pasar; es más, se escondió y
enfiló con el caballo para el lado opuesto al camino.
El auto se hamacaba en la superficie inestable
de barro hasta que en un momento perdió el rumbo y se deslizó hacia la cuneta
inundada. La trompa se hundió mansamente. El agua le llegó justo hasta el
parabrisas y las dos ruedas de atrás quedaron en el aire, pero Rosales ya no
veía la escena porque lejos de ahí, se dedicaba a juntar las vacas que con
pereza se movían entre las liebres color
miel que andaban a los saltos, en total libertad. Iba arreando el ganado por los potreros,
abriendo y cerrando tranqueras, con movimientos certeros pero desganados.
Miró el sol
otoñal que caía sobre las lagunas que
rodean al río Salado. ¿Por qué le prestaba tanta atención si había crecido en
comunión con ese cielo que a la hora del atardecer se teñía de grises y rosas,
para dar luego lugar al azul profundo? Y aunque no pudiera ponerlo en palabras,
él sabía que era una de las últimas veces que podría observarlo sin tener que dar
testimonio de nada, solo mirarlo e hincharse los ojos de belleza pura, nunca
igual, y sentirse satisfecho y dueño de si mismo, como los teros y las
lechuzas.
Anduvo toda
la tarde ocupado en sus labores. Empezaba a refrescar cuando encaró despacio el
regreso al casco de la estancia; la casa grande que estaba por convertirse en
hotel. La misma que había sido confiscada por Rosas en tiempos de los Libres
del Sur y vendida después a un escocés y después a un vasco y así de generación
en generación. Todavía mantenía la dignidad de los edificios coloniales, de una
sola planta, ventanas generosas, paredes anchas y sólidas. No tenía el lujo de
los palacetes de estilo francés que se edificarían más tarde pero tenía la
nobleza de las primeras estancias de la zona y de sus dueños. Los que se habían
atrevido a enfrentar al Restaurados de las Leyes y a los degolladores, dejando
en la miseria a sus deudos.
La estancia cambiaba de nombre y de destino.
Ya no se dedicaría al engorde de esas
vaquitas que, aunque ajenas, habían sido toda la vida de Rosales.
Ahora iban a
sembrar soja. La empresa que vendía las semillas se encargaría de todo. Él ya
lo había visto en otras propiedades. Un silencio de sepulcro en los campos
eternamente verdes, interrumpido solamente por el ruido de las avionetas que fumigaban y mataban todo lo
que creciera sin permiso de los gringos, sus patentes y sus ingenieros.
¿Para qué
necesitarían peones si hasta las cosechadoras se alquilaban y listo?
Es cierto
que le habían ofrecido quedarse y atender a la gente que se alojaría en la casa
grande. También estaban los otros dormitorios, un poco apartados, unidos por
una galería que daba al parque central y
en la que había bancos de madera y canastos con troncos de quebracho para
alimentar las salamandras.
-Vamos
hombre, piénselo.-le había dicho el patrón.
Y él lo había pensado. Demasiado. Sobre todo
desde que se había quedado solo y el día era eterno y no tenía más remedio que
imaginar cómo sería su vida, como acomodarse a la nueva situación.
-El asado me
gusta hacerlo para mí- fue la respuesta cortante y definitiva.
-Usted
sabrá.
El patrón
tampoco tenía voluntad de andar rogando.
Ya era de
noche cuando Rosales, después de encerrar el ganado, venía al trotecito por la
entrada enmarcada por eucaliptus que se erguían en disciplinadas hileras hacia
lo alto. Iba a rodear la casa hacia el
fondo, cerca de la caballeriza, donde estaban las piezas del personal que había
sabido ser numeroso.
Fingió
sorpresa cuando vio al contador sentado en el piso de mosaicos blancos y
negros, con la espalda apoyada en la puerta de madera maciza de la entrada
principal. Lo vio incorporarse con el traje embarrado. Estaba maltrecho y
furioso. Se tomaba la frente con un pañuelo ensangrentado.
-¡Pero,
digame!,¿ no le avisaron que yo venía hoy?-
-Buenas
noches, doctor-Rosales ni siquiera se bajó del caballo- No señor, no me han
dicho nada.
-¿No le anda
el celular? Lo estuve llamando toda la tarde- Se notaba que el contador estaba
haciendo un esfuerzo para no insultarlo.
-Es que casi
nunca hay señal por acá- Movía la cabeza con gesto ingenuo.
-Escúcheme,
no sabía que el camino estaba tan malo. Tuve un accidente. Venía con mi
auto, perdí el control y me caí a una
zanja.
-¿Pero dónde
fue eso?- Rosales disfrutaba el momento.
-Como a tres
kilómetros de la salida de la ruta.
-¿Y no lo
pudo sacar?
-Gracias que
pude salir yo.-el contador estaba cansado y dolorido. –Había quedado con el
dueño en que esta noche me alojaba acá porque mañana tenemos una reunión muy
importante. ¿Cómo, no le avisaron?
-Y no, el
patrón está atareado con tanto cambio.
-Escúcheme,
vamos a tratar de sacar el auto.
-¿Ahora? No se puede. Mañana tendrá que ser- la
expresión del peón tenía una falsa tranquilidad.
-Si, claro,
ahora no se ve nada. Tiene razón- hizo
un esfuerzo por calmarse.- ¿Puede abrir la puerta así me lavo esta herida y me
cambio?
-¿De la casa
grande?- Rosales seguía interpretando su papel.
-SI, claro.
-Pero no me
dejaron la llave.
-¡Cómo que
no tiene llave! ¿Dónde me voy a quedar esta noche?- Ahora si el contador estaba
al borde del llanto.
-y….le dije
que el patrón anda medio mareado.
Los dos
hombres se quedaron en silencio.
Rosales,
dueño de la situación, dijo al fin:
-Si quiere,
se puede acomodar por esta noche en una de las piezas de los peones, total,
están todas vacías.
-Le
agradezco. Mañana, cuando venga el dueño, se irá aclarando el panorama
-Si usted lo
dice, doctor, será así nomás. Tiempos jodidos, doctor, tiempos jodidos.
Rosales
siguió derecho con el caballo hacia el fondo donde estaba su pieza. Le quedaban
unas pocas cosas para embalar.
Se puede resumir con que la venganza será terrible.
ResponderEliminarBien escrito.
Qué frase la del Maestro Dolina ¿No?. Gracias por el comentario
ResponderEliminarHermosa descripción de esa vida que quedó a unos cuántos kilómetros de distancia o unas cuantas décadas atrás. Me gustó cómo se mezcló la historia de Rosas en la de Rosales.
ResponderEliminarLa historia me dejó una sensación aprecida a la de la canción de Larralde
https://www.youtube.com/watch?v=GSZpMblGVPU
Un beso!
Es cierto eso de comprender que el campo no es lo que creemos. Tenemos una idea tal vez ingenua. Ya mismo busco la canción de Larralde. Gracias por tu comentario.
Eliminar