miércoles, 22 de marzo de 2017

El vaso de vascolet y el mantelito verde manzana.


-¿Te vas a poner a encerar ahora?-el marido apenas  esbozó una  queja.
-¿Y cuándo querés que lo haga?-la mujer respondió  con  relativa moderación. Era muy temprano para pelear.
-Es que ese olor….-desdobló con cuidado el diario.
-Ojalá tuviera tiempo para desayunar tranquila como ustedes-la esposa esparcía la pasta anaranjada por el damero blanco y negro del piso de la cocina.
-¡La leche está muy caliente!-el chico revolvía  con su cuchara y mordisqueaba un biscuit.
El olor de la cera vuelve a embriagar a Guzmán mientras recuerda la escena acodado junto al teclado.
Se ha comprometido  a entregar el diagnóstico inicial de los catorce cursos  en los que deberá enseñar Literatura. Las catorce planillas están llenas de nombres y apellidos a los que intenta acostumbrarse. El ciclo lectivo recién empieza con su rutina de informes sobre chicos que aún no conoce.
Él quisiera llevarlos a escribir graffitis con Cortázar, a que se  enamoren con Benedetti en alguna esquina rota; que se estremezcan con Poe y se conmuevan con los personajes aparentemente derrotados de Rozenmacher.
 Y algún día… Tal vez…
 No escribe. Las planillas siguen ahí, en blanco. Está demasiado aburrido  y sabe que eso puede afectar su criterio.
 Además, no puede cambiar la imagen que le llega desde el pasado.
Mira por la ventana: el cielo del lunes es un collage desganado.
No sabe a ciencia cierta por qué se ha acordado de ese episodio.
- Qué raro que funciona la mente- se masajea suavemente las sienes mientras intenta concentrarse en el trabajo.
Sin embargo, vuelve a Ciudadela y a la cocina de su niñez.
La casita era chica y muy prolija. Tanto que desentonaba en medio de los galpones y los talleres mecánicos por los que se colaba un hollín pegajoso que tenía la costumbre de aterrizar en su casa, para hacerla rabiar a  la madre.
-Tomá la leche que se enfría- su padre le guiñó el ojo.
-No me gusta el vascolet-el pequeño Guzmán hablaba bajito para no despertar la furia materna.
-Bueno, dale que te ayudo- el padre se estiró sigiloso para tomar del vaso y no calculó bien, de modo que la larguísima página de La Nación desató una pequeña catarata de leche marrón sobre el mantelito verde manzana con bordes tejidos al crochet.
En ese apartado lugar de Ciudadela, lo que no brillaba estaba tejido a mano o bordeado de puntillas.
Los dos se miraron conmocionados,  el padre cruzó el dedo índice sobre los labios con energía. Las lágrimas del chico no se animaban a deslizarse por la cara.  El desastre era de tal magnitud que el hombre solamente atinó a recoger el mantel empapado, envolverlo en el diario y meter todo el conjunto en su maletín de visitador médico.
-Nos vemos a la noche –  llegó a decir el padre que salió casi corriendo.
 La madre siguió arrodillada refregando el piso. El niño entró en pánico.
Guzmán se levanta y se sirve otro café. Los recuerdos parecen escurrirse y aunque no son alegres, sonríe. Mientras lo hace, se le ilumina la cara y vuelve rápidamente a su escritorio.
Los textos ajenos pueden esperar. La burocracia también.
Sus manos se deslizan sobre el teclado como si alguien las manejara:

 ”Las persianas  se levantaban temprano, lo suficiente para ventilar los ambientes. El resto del día permanecían  bajas para  defender a la familia de la inmundicia del mundo”

Vuelve a mirar por la ventana y  ya no le presta atención a los nubarrones. Dos pibes de guardapolvo blanco que corren en la plaza como si fueran  conejitos,  lo hacen llorar de felicidad.




4 comentarios:

  1. ¿A quien no le gustaba el vascolet?
    Parece que lo único que necesitaba era un regreso al pasado, incentivado por el olor de la cera. Y el encuentro con algo que recuerda a ese pasado.
    Bien contado.

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  2. Gracias, como siempre, muy obssrvador!!!!!

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  3. Muy lindo. Y aunque los recuerdos fueran alegres creo que no dejan felicidad sino tan solo la nostalgia del lindo momento pasado.
    Un beso Gra

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