Virginia y su padre estuvieron recorriendo la ciudad.
-En verdad no es como la imaginaba- la hija terminó su café
después del almuerzo en una parrilla elegante de la Costanera.
-Vamos a caminar un poco.-propuso el hombre.
-¡Pero si es lo único que hicimos desde que bajamos del
avión!-la joven mujer le reprochaba con una sonrisa cómplice.
Era sábado, el
tránsito estaba muy tranquilo y el sol otoñal plateaba las olas mínimas del
río.
-¿Y cómo imaginabas que era la costa?-preguntó el padre.
-No sé, creí que la ciudad llegaba justo a la orilla…como La
Rambla, que está siempre llena de gente. Pensé que se podía tocar el agua…es
tan diferente.
-Bueno, esta es la llanura que se va hundiendo en el mar
dulce…- El padre parecía un guía de
turismo exagerado. Sin embargo, su mirada se perdió por un instante hacia el
este, dejando de lado el tono jocoso.
-¡Mar dulce! …¿Has visto?, ¿Quieres empezar la competencia de
paisajes?-la chica reía desafiante mientras tomaba el brazo del hombre con
cariño.
- ¿Querés competir?
¡No te conviene, seguro que perdés!
-¡ Si en casa tenemos el Mediterráneo y las joyas de Gaudí por todas partes!-dijo
ella.
-Bien que te emocionaste anoche recorriendo las callecitas de
San Telmo-retrucó el padre.
- ¡Y cómo no habría de hacerlo si hasta los diez años sólo
escuché a Piazzolla!
Virginia, según su
costumbre, gesticulaba para darle énfasis a las palabras.
-¿Nos sentamos?, Estoy cansada.
Se acercaron a una parada de colectivos y ocuparon un banco
de metal.
El viaje fue largo. Primero el vuelo de Barcelona a Madrid y
allí la espera de varias horas en el aeropuerto.
La decisión de volver, aunque fuera solamente una visita, no
fue fácil. Treinta años después de la partida, retornaban a la ciudad en la que
habían nacido. Para Virginia, el lugar de su nacimiento era una simple
anotación en el documento.
-Crucemos-el hombre parecía impaciente.
- Vale, vamos…, espera ¿Qué es aquello que se mueve enfrente?
-¿Dónde?
-En la calle-la chica se esforzó para enfocar la mirada
mientras señalaba con el dedo. Hizo un gesto de profundo asco.
La primera rata pasó como un rayo muy cerca del cordón.
Corría de la forma en que todas deberían hacerlo de acuerdo a los usos y
costumbres, esto es, tratando de que no se note su presencia.
Siguieron sentados. Observaron con mayor detenimiento las barandas de
cemento en las que la gente suele apoyarse y en las que
algunos ubican sus cañas de pescar. También examinaron los
árboles y los vendedores que ofrecían bondiolitas y sándwiches de chorizos.
Estaban en eso cuando
vieron a la segunda.
Entonces, el panorama se aclaró y empezaron a florecer, como
quién dice.
Las vieron caminar por
el follaje de los robles y descolgarse
dando saltitos de una rama a otra.
Subían y bajaban por los troncos. No temían ni titubeaban. Recorrían los
baldosones del piso de a dos y hasta de a tres, compartiendo el trayecto con
los dueños de los puestos que se desesperaban por disputarles el espacio.
Formaban parte del
paisaje como los aviones y el agua marrón.
-¡Ay por Dios!, ni loca me llevas por allí.-Virginia se
encogió de hombros y movió su cabeza de un lado a otro.
-¡Pobrecitas…! Si las que andan por el Barrio Gótico son
mucho más grandes-el padre se deleitaba haciendo rabiar a su hija.
Los dos empezaron a reír y a hacer bromas sobre el tamaño de
las ratas en los diferentes puertos del mundo.
Aquellas que desde los barcos de todas las épocas, esparcieron la peste
y acompañaron la maldición de la rapiña.
Luego simularon discutir sobre los edificios emblemáticos de
las dos ciudades.
-Puedes decir lo que quieras pero en todo Buenos Aires no he
visto nada parecido a la Sagrada Familia-dijo la chica.
-Ni falta que hace.-contestó el padre rápido de reflejos.
Siguieron caminando en
dirección a la Ciudad Universitaria. Ya
no reían.
Las primeras esculturas del Parque de la Memoria se
recortaron en el horizonte.
- Vení conmigo- la voz del padre, por primera vez, pareció
una orden.
-¿Es necesario?
El hombre la miró con una tristeza infinita. Ésa que Virginia
conocía bien.
-Sí. Tenés que estar
ahí cuando encuentre el nombre de tu madre.
Cruzaron la avenida
abrazados, las siluetas descarnadas de los árboles los guiaron.
Caminaron despacio por
los senderos grises que se abren paso
hacia la orilla.
Llegaron al muro inmenso, y mientras acariciaban
las inscripciones de la piedra que lo
recubre, el aire del río empezó a soplar con fuerza.
Ellos no lo sintieron.
Qué decir...un cuento justo, necesario.
ResponderEliminarGracias!
Acorde al clima de época. Gracias.
ResponderEliminarIba a comentar algo similar. Acorde a lo que se vive, cuestiones que se vuelven a poner en tela de juicio y que parecían zanjadas, como si esas inscripciones en la piedra solo fueran eso, inscripciones nada más.
ResponderEliminarMuy bueno! Beso Gra!
Es lo que nos toca, pero no para mirar sin hacer nada. Gracias.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy bueno ma ! Saludos desde aeroparque, donde veo alimañas seguido
ResponderEliminarGracias hijo. Hay alimañas porque estás cerca del escenario del cuento. Aunque las más peligrosas no se ven. Beso.
ResponderEliminarAlimañas por todas partes, y ese no querer verlas... me tienes ya hechizada con tu escritura!
ResponderEliminarGracias, aprecio mucho tu opinión.
ResponderEliminarGracias, aprecio mucho tu opinión.
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