domingo, 14 de mayo de 2017

“ALIMAÑAS”

Virginia y su padre estuvieron recorriendo la ciudad.
-En verdad no es como la imaginaba- la hija terminó su café después del almuerzo en una parrilla elegante de la Costanera.
-Vamos a caminar un poco.-propuso el hombre.
-¡Pero si es lo único que hicimos desde que bajamos del avión!-la joven mujer le reprochaba con una sonrisa cómplice.
Era sábado,  el tránsito estaba muy tranquilo y el sol otoñal plateaba las olas mínimas del río.
-¿Y cómo imaginabas que era la costa?-preguntó el padre.
-No sé, creí que la ciudad llegaba justo a la orilla…como La Rambla, que está siempre llena de gente. Pensé que se podía tocar el agua…es tan diferente.
-Bueno, esta es la llanura que se va hundiendo en el mar dulce…- El padre parecía  un guía de turismo exagerado. Sin embargo, su mirada se perdió por un instante hacia el este, dejando de lado el tono jocoso.
-¡Mar dulce! …¿Has visto?, ¿Quieres empezar la competencia de paisajes?-la chica reía desafiante mientras tomaba el brazo del hombre con cariño.
-  ¿Querés competir? ¡No te conviene, seguro que perdés!
-¡ Si en casa tenemos el Mediterráneo  y las joyas de Gaudí por todas partes!-dijo ella.
-Bien que te emocionaste anoche recorriendo las callecitas de San Telmo-retrucó el padre.
- ¡Y cómo no habría de hacerlo si hasta los diez años sólo escuché a Piazzolla!
 Virginia, según su costumbre, gesticulaba para darle énfasis a las palabras.
-¿Nos sentamos?, Estoy cansada.
Se acercaron a una parada de colectivos y ocuparon un banco de metal.
El viaje fue largo. Primero el vuelo de Barcelona a Madrid y allí la espera de varias horas en el aeropuerto.
La decisión de volver, aunque fuera solamente una visita, no fue fácil. Treinta años después de la partida, retornaban a la ciudad en la que habían nacido. Para Virginia, el lugar de su nacimiento era una simple anotación en el documento.
-Crucemos-el hombre parecía impaciente.
- Vale, vamos…, espera ¿Qué es aquello que se mueve enfrente?
-¿Dónde?
-En la calle-la chica se esforzó para enfocar la mirada mientras señalaba con el dedo. Hizo un gesto de profundo asco.
La primera rata pasó como un rayo muy cerca del cordón. Corría de la forma en que todas deberían hacerlo de acuerdo a los usos y costumbres, esto es, tratando de que no se note su presencia.
 Siguieron sentados. Observaron  con mayor detenimiento las barandas de cemento  en las  que la gente suele apoyarse y en las que algunos  ubican  sus cañas de pescar. También examinaron los árboles y los vendedores que ofrecían bondiolitas y sándwiches de chorizos.
 Estaban en eso cuando vieron a la segunda. 
Entonces, el panorama se aclaró y empezaron a florecer, como quién dice.
 Las vieron caminar por el follaje  de los robles y descolgarse dando saltitos de una rama a otra.  Subían y bajaban por los troncos. No temían ni titubeaban. Recorrían los baldosones del piso de a dos y hasta de a tres, compartiendo el trayecto con los dueños de los puestos que se desesperaban por disputarles el espacio.
 Formaban parte del paisaje como los aviones y el agua marrón.
-¡Ay por Dios!, ni loca me llevas por allí.-Virginia se encogió de hombros y movió su cabeza de un lado a otro.
-¡Pobrecitas…! Si las que andan por el Barrio Gótico son mucho más grandes-el padre se deleitaba haciendo rabiar a su hija.
Los dos empezaron a reír y a hacer bromas sobre el tamaño de las ratas en los diferentes puertos del mundo.  Aquellas que desde los barcos de todas las épocas, esparcieron la peste y  acompañaron la maldición de la rapiña.
Luego simularon discutir sobre los edificios emblemáticos de las dos ciudades.
-Puedes decir lo que quieras pero en todo Buenos Aires no he visto nada parecido a la Sagrada Familia-dijo la chica.
-Ni falta que hace.-contestó el padre rápido de reflejos.
Siguieron caminando  en dirección a  la Ciudad Universitaria. Ya no reían.
Las primeras esculturas del Parque de la Memoria se recortaron en el horizonte.
- Vení conmigo- la voz del padre, por primera vez, pareció una orden.
-¿Es necesario?
El hombre la miró con una tristeza infinita. Ésa que Virginia conocía bien.
-Sí. Tenés  que estar ahí cuando encuentre el nombre de tu madre.
Cruzaron  la avenida abrazados, las siluetas descarnadas de los árboles los guiaron.
 Caminaron despacio por los senderos  grises que se abren paso hacia la orilla.
Llegaron al muro inmenso, y mientras  acariciaban  las inscripciones de la piedra que lo  recubre, el aire del río empezó a soplar con fuerza.
Ellos no lo sintieron.
           




10 comentarios:

  1. Qué decir...un cuento justo, necesario.
    Gracias!

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  2. Iba a comentar algo similar. Acorde a lo que se vive, cuestiones que se vuelven a poner en tela de juicio y que parecían zanjadas, como si esas inscripciones en la piedra solo fueran eso, inscripciones nada más.
    Muy bueno! Beso Gra!

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  3. Es lo que nos toca, pero no para mirar sin hacer nada. Gracias.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Muy bueno ma ! Saludos desde aeroparque, donde veo alimañas seguido

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  6. Gracias hijo. Hay alimañas porque estás cerca del escenario del cuento. Aunque las más peligrosas no se ven. Beso.

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  7. Alimañas por todas partes, y ese no querer verlas... me tienes ya hechizada con tu escritura!

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