EL LENGUAJE DE SUS PASOS
El sol se enfriaba en la línea del
horizonte. Abajo, el barrio se plegó sobre sí mismo para aguantar una larga noche. No obstante, Ema abrió la ventana para que el
olor de la pintura no la intoxicara. Desde que alguien le contó el final de la
pobre Madame Bovary, ella tomaba sus recaudos. El aire helado se coló en la
pieza que alquilaban con su esposo y la hizo tiritar. Unos días antes, había
empeñado algunas cosas para pagar la mensualidad atrasada.
-¿Nombre?-le
preguntaron para completar el recibo.
-Ema Elsa, con una
sola m.
A doña Elsa, su
madre, la había cautivado la obra de
Flaubert. En el Registro Civil no le
dejaron poner el nombre original de la heroína, entonces, vengativa, le endilgó
el “Elsa”, para dejar su impronta completa. Ema nunca quiso leer la novela.
Después de ventilar
la habitación, limpió los pinceles. Por la pequeña pileta de mármol se
deslizaron ríos de pintura verde limón. Había tomado la costumbre de pintar las
flores por la mañana. Ese día, eligió una gama de colores que iba del fucsia al
naranja. Más tarde, se dedicaba a las
hojas. Por la noche, las paneras de plástico baratas que ella decoraba con
tanto cuidado, formaban una gran torre de arte proletario.
Miró con satisfacción el resultado de su
esfuerzo, se cambió de delantal y comenzó a picar cebollas para hacer guiso. Cada tanto hacía una pausa y
esperaba en silencio. Cuando el olor de la comida se empezó a mezclar con el
del aguarrás de los pinceles, escuchó cómo se cerraba la puerta de chapa del
largo pasillo que unía la calle con la habitación. Un momento después, Esteban,
su marido, empezó a subir la escalera. El cuarto que habitaban formaba parte de
una antigua propiedad. En el frente estaba la casa grande, en la que
vivían los herederos de los primeros dueños. Atrás, en torno a un espacio
embaldosado, había varias habitaciones bastante decorosas con baño privado. La
de Ema y Esteban estaba en el primer piso. Para llegar había que subir por una
escalera con peldaños de madera apoyados en una estructura de hierro. Por
alguna razón que ellos desconocían, los escalones estaban sueltos y rechinaban
cada vez que alguien los pisaba. Ema había aprendido a interpretar el sonido de
los pasos de su marido. Sabía por ejemplo, que la sucesión de golpecitos ligeros sobre la
madera era motivada por una buena noticia. Sabía también que dos segundos o más
entre las pisadas significaban que
Esteban no quería llegar. Esa noche los
escalones golpearon el metal a intervalos bastante largos. Al cabo de unos minutos, la cara sombría del
marido emergió desde las profundidades del patio.
-¡Pero qué humareda
hay acá!-el hombre hizo ademán de abrir la ventana.
- Ya ventilé. No abras tanto que nos morimos de
frío.
-¡Nos vamos a morir
envenenados!-Esteban destrabó violentamente la hoja de la persiana. Sin querer
derrumbó con el brazo la pila de paneras y volcó un tarro de pintura que estaba
mal cerrado.
Las cestas de
plástico se deslizaron sobre la pintura roja como barquitos de papel. Los ojos
de Ema se nublaron de llanto. El estupor no la dejó protestar. Entonces, ante
el desastre, tomó con decisión la ollita con lentejas humeantes y volcó todo su
contenido en el tacho de la basura. El marido, pasmado, miraba la escena
sin reaccionar.
-Tengo un nudo en el
estómago…- la mujer, de rodillas, trataba de absorber con un trapo la pintura
derramada mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la otra mano.
El hombre se sentó en el borde la cama sin levantar la mirada del piso. Al
rato, salió en silencio y se perdió por el pasillo hacia la calle. Ema se
desplomó de cansancio. Tuvo un sueño intranquilo. Al otro día, temprano, recogió y repasó algunas de las piezas de
plástico que todavía estaban esparcidas por el piso. El patrón pasó al
mediodía, como siempre. Se llevó todo sin revisar. Le dejó un lote de baldes
con los materiales justos para decorarlo.
- Los vengo a buscar
dentro de dos días-le dijo secamente.
Ella pensó que era
una estupidez decorar un balde. También pensó que tenía que pagar el alquiler
y que ahora sí tenía hambre. Los acomodó
como pudo. A duras penas tenía lugar para moverse entre la cama y la mesita
donde pintaba. Se sentó en su silla baja con asiento de paja, tomó uno de los baldes y lo empezó a dar vueltas
como midiendo el trazo. Con pinceladas
seguras, plasmó margaritas impecables.
Pronto se aburrió del blanco. Mezcló los colores y entonces le brotaron jazmines paraguayos, de
esos que empalidecen con el transcurso de los días y unas dalias azules como
las del jardín de su abuela. Los
colibríes con destellos verdes
vinieron al encuentro y completaron el conjunto. Los ramos se esparcían por el
espacio de la pieza con total libertad. Ema había creado una primavera propia
en medio del larguísimo invierno que marcaba la convivencia con su hombre.
Al cabo de unas
horas febriles, por fin levantó la
cabeza y tomó conciencia de que no tenía pintura para terminar su tarea, advirtió también que ya era de noche. El dolor
de espalda era tan intenso que le costó enderezarse. Le ardían los ojos. La
cama, la pileta, y el calentador en el
que cocinaba, formaban una masa gris de límites inciertos comparada con el
paisaje irreverente de sus baldes. El aire de la pieza estaba irrespirable y no
tenía nada para comer.
Escuchó el ruido de la puerta de calle que se
cerró de un golpe. Expectante, intentó descubrir la orientación de los pasos.
Los sintió nítidos, seguros. Los escalones vibraron rítmicamente junto con toda
la estructura metálica. Contó: menos de dos segundos.
En los instantes previos
a que su marido ingresara a la
habitación, Ema supo con total certeza que por fin, después de mucho tiempo, él había encontrado trabajo.
nO leí esa novela, así que me pierdo alguna sutileza de tu relato. Como establecer algún contraste o alguna similitud entre el personaje del relato y el personaje de la novela.
ResponderEliminarUna situación desesperada, que se complica con un accidente de materiales provocado por su marido, que amenaza con no permitir esa única y desesperada salida.
Hasta que aparece una solución, que su esposo haya encontrado trabajo.
Un abrazo
Como siempre, tu comentario es profundo y enriquecedor. Te agradezco.
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