REINVENTAR EL AIRE
La bocina alertó a todos los vecinos de la
cuadra. Ante la insistencia, la señora de Robles miró por la ventana.
Efectivamente, un camión había subido
parcialmente a su vereda. Tuvo que salir.
-¿Pero qué hace?
-Buenas…acá traemos unos equipos- dijo el
chofer desde su asiento.-¿Quién los baja?
-No le entiendo. ¿Puede apagar la música?-la
mujer solamente escuchaba los acordes del
“Despacito….” que tronaba en la cabina. Estaba molesta, pero aún así le
daban ganas de bailar.
-Tengo que entregar los equipos-el hombre,
fastidiado, bajó con el remito en la mano. Lo leyó de mala gana.- Es un
amplificador Marshall con dos canales y efecto distorsión, una caja de cuatro
parlantes de doce pulgadas, un amplificador para bajo, una potencia, una
consola, dos bafles, y una guitarra Fender. Todo a nombre de un tal Robles.
La señora de Robles lo escuchó con la boca
abierta.
-Bueno, sí, es acá, pero no hay nadie para
bajarlos. ¿Usted no puede?-mentalmente puteaba al Sr. Robles en todos los
idiomas.
-Yo soy el fletero nada más.
La mujer imaginaba a sus vecinas indignadas
por la cumbia que se desparramaba insolente desde el camión mal estacionado. Le
echaba toda la culpa del bochorno al marido que ni le había avisado. Una
ambulancia que venía con la sirena tuvo que hacer una maniobra para esquivar la parte del camión que estaba
sobre el asfalto. La mujer se sobresaltó con el recuerdo de otra ambulancia. Una
que llevaba a su marido de urgencia al sanatorio, mientras ella, a su lado,
ensayaba una sonrisa de ocasión. Revivió
el instante en el que temblaba de miedo camino a la unidad de terapia intensiva
junto a él. Nunca pudo olvidar el color gris ceniza de su rostro. La estremeció
el desamparo que había sentido una tarde de invierno en la puerta de la iglesia
de San Expedito, justo ella tan laica y racional. Recordó con gratitud la
compasión de la familia y los amigos que levantaron para ella una fortaleza en
la que a pesar de todo, se había sentido en absoluta soledad.
-¿Y doña, qué hacemos con los equipos?
La señora cerró los ojos. Recordó con dolor
la sentencia del médico veterano: “Menos preocupaciones y más arte, mi amigo. O
cambia de vida o se muere”. Y por cierto que habían cambiado. Todos sus viejos
anhelos entregados sin más. Algo así como
barajar y dar de nuevo.
Inspiró profundo y ya no le importaron las vecinas
ni el alboroto. Exhaló despacio el aire viciado de -miedo-pena-desamparo-soledad.
Respiró un aire nuevo, liviano, surcado de
pentagramas sutiles como el vuelo
del colibrí que visitaba su rosal todas las mañanas.
-¿Y
doña? Hasta cuándo me va a tener acá?
-Decime, ¿Me bajás los equipos por
trescientos pesos?
-¿Cómo? ¡Va como piña, doña!
-¿Y eso qué quiere decir?
-Yo me encargo, jefa-el chofer se
arremangó y empezó a bajar los equipos.
La señora de Robles, les tiró dos besos a
las vecinas que, al borde del ataque de pánico estaban por llamar a la policía.
Bailando al compás de la música entró a buscar el dinero. También pensó en
servirle al chofer un vaso grande de limonada.
Me gustó ese desenlace.
ResponderEliminarTodo un proyecto musical el que tienen.
Y bueno, si es por esas razones, que importan los vecinos.
Un abrazo
Gracias, como siempre.
EliminarUn literato, protagonista de una película, afirmaba que escribía cuando tenia algo para contar.
ResponderEliminarLa Sra. Robles nos cuenta una historia cargada de sentires íntimos y únicos. Ese barajar y dar de nuevo, como apuesta al futuro, necesita siempre reinventar el aire.
Me gustó mucho. Para pensar(nos)...
Gracias Marcela, vos lo pasás a prosa poética.
ResponderEliminarEstuve un tiempo sin pasar por acá.
ResponderEliminarMuy bueno! Me gustaron esos personajes y como dice el Demiurgo, el desenlace salió genial.
Gracias Leo. Saludos.
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