viernes, 2 de febrero de 2018

REINVENTAR EL AIRE



   La bocina alertó a todos los vecinos de la cuadra. Ante la insistencia, la señora de Robles miró por la ventana. Efectivamente,  un camión había subido parcialmente a su vereda. Tuvo que salir.
  -¿Pero qué hace?  

 -Buenas…acá traemos unos equipos- dijo el chofer desde su asiento.-¿Quién los baja?  

 -No le entiendo. ¿Puede apagar la música?-la mujer solamente escuchaba los acordes del  “Despacito….” que tronaba en la cabina. Estaba molesta, pero aún así le daban ganas de bailar.  

 -Tengo que entregar los equipos-el hombre, fastidiado, bajó con el remito en la mano. Lo leyó de mala gana.- Es un amplificador Marshall con dos canales y efecto distorsión, una caja de cuatro parlantes de doce pulgadas, un amplificador para bajo, una potencia, una consola, dos bafles, y una guitarra Fender. Todo a nombre de un tal Robles.  

 La señora de Robles lo escuchó con la boca abierta. 

  -Bueno, sí, es acá, pero no hay nadie para bajarlos. ¿Usted no puede?-mentalmente puteaba al Sr. Robles en todos los idiomas. 

 -Yo soy el fletero nada más.
   La mujer imaginaba a sus vecinas indignadas por la cumbia que se desparramaba insolente desde el camión mal estacionado. Le echaba toda la culpa del bochorno al marido que ni le había avisado.   Una ambulancia que venía con la sirena tuvo que hacer una maniobra  para esquivar la parte del camión que estaba sobre el asfalto. La mujer se sobresaltó con el recuerdo de otra ambulancia. Una que llevaba a su marido de urgencia al sanatorio, mientras ella, a su lado, ensayaba  una sonrisa de ocasión. Revivió el instante en el que temblaba de miedo camino a la unidad de terapia intensiva junto a él. Nunca pudo olvidar el color gris ceniza de su rostro. La estremeció el desamparo que había sentido una tarde de invierno en la puerta de la iglesia de San Expedito, justo ella tan laica y racional. Recordó con gratitud la compasión de la familia y los amigos que levantaron para ella una fortaleza en la que a pesar de todo, se había sentido en absoluta soledad.  

 -¿Y doña, qué hacemos con los equipos? 

   La señora cerró los ojos. Recordó con dolor la sentencia del médico veterano: “Menos preocupaciones y más arte, mi amigo. O cambia de vida o se muere”. Y por cierto que habían cambiado. Todos sus viejos anhelos entregados sin más. Algo así como  barajar y dar de nuevo.  

 Inspiró profundo y ya no le importaron las vecinas ni el alboroto. Exhaló despacio el aire viciado de -miedo-pena-desamparo-soledad. Respiró un aire nuevo, liviano, surcado de  pentagramas sutiles como  el vuelo del colibrí que visitaba su rosal todas las mañanas.   

 -¿Y doña? Hasta cuándo me va a tener acá?  

  -Decime, ¿Me bajás los equipos por trescientos pesos?   

  -¿Cómo? ¡Va como piña, doña!  

  -¿Y eso qué quiere decir?   

  -Yo me encargo, jefa-el chofer se arremangó y empezó a bajar los equipos. 

   La señora de Robles, les tiró dos besos a las vecinas que, al borde del ataque de pánico estaban por llamar a la policía. Bailando al compás de la música entró a buscar el dinero. También pensó en servirle al chofer un vaso grande de limonada.


6 comentarios:

  1. Me gustó ese desenlace.
    Todo un proyecto musical el que tienen.
    Y bueno, si es por esas razones, que importan los vecinos.

    Un abrazo

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  2. Un literato, protagonista de una película, afirmaba que escribía cuando tenia algo para contar.
    La Sra. Robles nos cuenta una historia cargada de sentires íntimos y únicos. Ese barajar y dar de nuevo, como apuesta al futuro, necesita siempre reinventar el aire.
    Me gustó mucho. Para pensar(nos)...

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  3. Gracias Marcela, vos lo pasás a prosa poética.

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  4. Estuve un tiempo sin pasar por acá.
    Muy bueno! Me gustaron esos personajes y como dice el Demiurgo, el desenlace salió genial.

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