NORITA
En
el geriátrico, igual que en “Tiempos
modernos” de Chaplin, el cronómetro regulaba la existencia de todos. Los
dueños, temerosos, dejaron de pasar esa película, no fuera a ser que algún
viejo se avivara.
La vida se había convertido en una rutina
de pañales, chatas y pastilleros. Ésos y
no otros eran los protagonistas. Los ancianos eran actores de reparto en el mejor de los casos.
Todo lo que alguna vez fue deseo, rabia, amor o lucha andaba atado a una silla de ruedas. Mientras tanto,
el celular de la dueña, no paraba de recibir llamados de potenciales
compradores. Todo se vendía. Desde los zapatos hasta los nebulizadores que las
familias de los fallecidos no querían
volver a buscar. Era otoño, temporada alta. Con los primeros fríos, los viejos
se congestionaban primero y después
contraían neumonía. Las jefas de turno
estaban preparadas: estiraban la situación todo lo posible y cuando ya era
inútil llamaban al servicio de
emergencia. En el hospital podían durar horas, no más. Al menos se morían dos
por semana. Si se mantenía el promedio, el producto de las ventas permanecía constante igual que las
comisiones.
El empleado que llenaba las planillas de
excel, notó una tendencia anómala. El
promedio de fallecidos había bajado. Enseguida se organizó un comité de crisis
para analizar la situación. Aprovecharon la visita semanal de los Testigos de
Jehová, siempre ávidos de auditorio para ser salvado. El personal de confianza
se reunió en el fondo, cerca de la zona del lavadero. El hijo de la dueña hizo
el anuncio: los números no daban. Todo el mundo deslindó responsabilidades. No
obstante, con gran criterio constructivo intentaron encontrar una explicación:
que la nueva cocinera hacía sopas demasiado nutritivas, que con la profesora de yoga trabajaban
muy bien la respiración, que las clases de música los dejaba
inconvenientemente felices.
Decidieron despedir a la cocinera y alterar
levemente la temperatura de los equipos de aire acondicionado. No obstante,
durante la semana en curso, era imperioso aumentar la recaudación. Como si
fuera una obviedad, todos pensaron en Norita. Si bien era la más joven ─ no
llegaba a los 75 años─ el hecho de ser cuadripléjica la acercaba con frecuencia
al borde de la muerte, límite que obstinadamente se negaba a traspasar. La
tecnología le había posibilitado una
vida plena en la virtualidad de la red. Desde la computadora, ella coordinaba
un blog especializado en su enfermedad, participaba en foros, se mantenía informada.
Norita había advertido una inquietante periodicidad en los decesos. De hecho,
había escrito un informe con fechas, testimonios, e impresiones personales. Un
domingo por la tarde, cuando las visitas se habían ido y los viejos se
disponían a cenar, escuchó cómo alguien abría la puerta de su habitación con
sigilo y no dudó. Tecleó enter y publicó su informe en las redes sociales. Fue
lo último que hizo.
Es posible que hayan cometido el único error que no deberían haber cometido, para cometer crimenes impunemente. Es posible que esa muerte llame la atención, confirmando las teorías expuestas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Así es!!!!!! Gracias por tu tiempo y tu comentario.
ResponderEliminarMuy bien relatado, esa reunión en el fondo tiene una mezcla de hecho cotidiano y de momento fatal, digno de una escena de Arlt.
ResponderEliminarBuen final, todo bueno, y le hace honor a esta pequeña rama de las redes sociales
Beso!
¿Qué te puedo contestar, Frodo? ¿Será que a veces la realidad se vuelve algo opresiva como en los textos de Arlt? Sigamos moviendo las redes mientras esperamos que aclare. Beso.
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