El portal de Nicasia
Empezaron sacando los toldos, y los negocitos cercanos a la estación se afearon hasta morir de la vergüenza. Luego fueron por el puesto de tortilla asada, que se obstinaba en aromar la vuelta a casa de los changarines.
Cuando los inspectores grises y los policías azules le leyeron a doña Nicasia sus ordenanzas impías, ella dejó de tejer, levantó la manito bulbosa como el jengibre, y les señaló la línea de la vereda. Sus bolsas, fragantes de limones y especias, ocupaban un portal estrecho al que no llegaban las leyes del municipio.
─Compremé unos ajitos ─.El pregón de la señora se pegó a las orejas de los hombres que se fueron bufando de la rabia
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