AL CÁLIDO REFUGIO DE LOS ÑOQUIS
Los 29 son días de ñoquis pero la artrosis ya no me deja
amasarlos. Los mazacotes desabridos que venden en la fábrica de pastas me
eximen de seguir la tradición.
En mi
adolescencia, los ñoquis eran copitos suaves que emergían del fondo de la olla
perfumando el aire de nuez moscada. Aprendí a hacerlos viendo a mi mamá. Con el
tiempo perfeccioné la técnica. El puré tomaba una consistencia cremosa cuando
le agregaba los huevos y lo que más me gustaba era condimentarlo con pimienta y
queso del bueno. Disciplinarlo todo en un bollo liso era cuestión de paciencia.
Incorporaba la harina de a poco mientras mi vieja terminaba de armar los
bolsillos de los pantalones que iba a coser al otro día. Había que dejar
reposar la masa un rato y después, entre las dos, la separábamos en tiras y
cortábamos los pedacitos que adquirían
identidad de ñoqui al pasar por el tenedor. La salsa tenía que llevar carne sí o sí. En
contra de todo criterio saludable, le entrábamos al frasquito de la conserva y
resultaba un estofado denso, oscuro, que nos redimía de cualquier humillación.
Cada 29 nos juntábamos a comer con Vilma, una amiga de la infancia de mi
mamá quien vivía a diez cuadras de nosotras, también separada y con una hija.
Un mes en la casa de ella y el mes siguiente en la nuestra.
Una noche,
íbamos caminando hacia su casa, rogando que hubiera hecho la salsa boloñesa que era su especialidad, cuando al llegar al campito donde los chicos del barrio
jugaban a la pelota, mi mamá se paró en seco y me señaló hacia arriba. Contra el cielo
oscuro giraba un óvalo blanco, resplandeciente, del que partían haces luminosos de
colores. A los pocos segundos, se elevó y lo perdimos de vista. Cuando nos repusimos del
susto, apuramos el paso hacia a lo de Vilma. Por un tiempo, no quisimos salir de noche,
pero a los pocos meses volvimos a la rutina de la alternancia. También empezamos a
hacer postres. El 29 de noviembre de 1976, me tocaba hacer flan casero. Al mediodía, a
pesar del calor, herví la leche y el azúcar, batí los huevos, preparé el caramelo. Como a
las nueve, partimos con la flanera envuelta en un repasador nuevo, de ésos que se usaban
para las visitas. Aunque el aire era sofocante, los vecinos habían abandonado la
costumbre de sentarse en las veredas. El barrio estaba desierto como en el invierno más
cruel. Cuando faltaba poco para llegar, dos autos se atravesaron en la calle. Enseguida, se
bajaron varios tipos de civil con fusiles. No nos vieron. A los golpes, tiraron abajo la puerta
de una casa. Sentimos un griterío infernal.
─Es un operativo, algo habrán hecho─ dijo mi mamá para tranquilizarme.
Nos quedamos
pegadas a la pared y desde ahí vimos como los tipos arrastraron a un muchacho
que gritaba su nombre antes de que le aplastaran la cara contra el techo del
auto. Nosotras estábamos paralizadas. Uno de ellos nos descubrió. Yo me
hice pis aferrada a la flanera. Él dudó, después nos gritó “Circulen” y mi vieja
me arrastró con ella. Al llegar a la esquina corrimos como locas. El flan se
deshacía en el molde y los pedazos se resbalaban por mis pantalones. Llegamos a
lo de Vilma y golpeamos con desesperación. Ella abrió la puerta. Desde la
cocina llegaba el aroma penetrante del laurel.
─¿Pero qué pasó? ¿Otra vez vieron el plato volador?
Nosotras la
empujamos, cerramos la puerta con furia
y empezamos a llorar a los gritos.
Suele pasar que los mayores temores no están lejos, en el cielo.
ResponderEliminarY eso contribuye a que sean los mayores temores.
Un abrazo.
Así es. Es más, algunos están en nuestra cabeza. Gracias, un abrazo.
ResponderEliminarEsa linda manía que tengo de leer todo lo que pasa cerca, hoy me alegro el día. Como me gustó este escrito , tan bien detallado,tan bien reflejado el momento de cada vivencia. Viví en un barrio donde tuve que observar muchas veces ese atropello a los derechos y quizás algo que vaya a saber porque había olvidado resurgió en mi mente, el grito de la persona pronta a secuestrar diciendo su nombre y apellido a viva voz , es así tan real que aún ahora me estremece la piel. Gracias por esta lectura
ResponderEliminarGracias por el comentario. Y como dicen muchos escritores famosos: La literatura es mentir bien la verdad.
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