Monólogo de una
máscara. Por Graciela De Mary.
Desde anoche que estoy acá, sobre la mesada. El reflejo de este mármol negro con brillos
infinitos me estuvo molestando desde
temprano cuando el sol empezó a entrar a raudales por los vidrios impolutos de
esta cocina, que a primera vista parece otra cosa. Abundan en este ambiente los
frentes de acero inoxidable en una sucesión de artefactos cuyas funciones no
conozco del todo aún. Después de todo, la posición horizontal me impide tomar conciencia
del espacio que me rodea, así que solamente puedo atisbar los alrededores.
Reconozco que no debo quejarme porque al fin abandoné la estantería del negocio de
disfraces. Estar ahí resultaba un
verdadero fastidio porque una máscara como yo puede perder fácilmente su
identidad mezclada con tanto cotillón barato cuya única misión en este mundo es
inducir a una alegría que casi nunca es genuina.
Represento a una linda
calabaza, con un gesto simpático, debido a
mis prominentes mejillas. A pesar
de que se supone que debo asustar, no me siento para nada fea. Los únicos detalles sombríos son las
profundas ojeras negras que pintaron alrededor de los orificios de los ojos y las
comisuras de los labios ostensiblemente deprimidas hacia abajo. Más que miedo creo que
transmito desazón o cansancio.
Ahora estoy en una
casa y tuve tiempo para familiarizarme con sus habitantes. Es increíble lo que
se puede saber de los demás simplemente escuchando y atando cabos.
Por suerte terminó el manoseo al que me sometieron aquí
cuando llegué; ese ir y venir desde el
vestidor al espejo, y el tironeo inexperto de la señora, y los berrinches
descontrolados de la niña, y los aprontes temerosos de la mucama.
Parece que se decidieron. Mejor dicho que la señora se
decidió, se resignó, o ambas cosas.
Dios sabe lo que le
cuesta ponerse a tono con las otras señoras para que no se note su reciente
llegada a esta comunidad. Su juventud no
la ayuda. En cambio, los rasgos de su rostro que parecen salidos de una fábrica
de caras y su figura perfecta de
gimnasio sí lo hacen. Las dos últimas cosas abundan por aquí, no tanto como la
primera.
Elegirme a mí fue un acto de fe de la señora, que le agradezco.
Acepto gustosa el
reto al que me somete, es decir, acompañar a la niña a este evento al parecer
tan importante y fundamental en la vida de toda familia del norte que se precie
de tal.
Si hay que disfrazarse de cosas horrendas- no porque yo lo
sea, obviamente- es necesario tomar el toro por las astas, como suele decirse.
En la escuela de la
comunidad se esforzaron para que el acto tuviera una finalidad pedagógica y le
enseñaron a los niños todo sobre la tradición de celebrar Halloween, tan cara a los gustos de la gente del norte,
pero del conurbano bonaerense, que no será el mismo norte pero que no tiene
nada que envidiarle al verdadero.
¿Acaso este país no se ha construído con gente que bajó de
los barcos?
Tampoco Papá Noel
habitaba las pampas indómitas y sin embargo ya es uno de los nuestros. No se a
qué viene tanto prurito nacionalista de algunos trasnochados.
Ignoro la razón por la que me eligieron. Tal vez por mi
llamativo color naranja. Tuve que
competir con otras propuestas que iban desde pálidas vampiras hasta asesinas
seriales. Todo bastante inapropiado para una niñita.
Cierto es que no tuvieron en cuenta la opinión de Coco.
Perdón… de Leopoldo. Olvidaba que solamente los empleados de
su corralón de materiales lo siguen
llamando Coco, nadie más lo hace sin provocar la ira de la señora.
Como sea, Coco- me tomaré el atrevimiento de llamarlo así-
espera resignado en la cocina-laboratorio mirando la gran pantalla del televisor sin interés.
Él hubiera preferido ver a su hija vestida de princesa o de hada madrina.
Pero, como atinadamente afirma la señora, él no entiende nada. Todo su
sistema de creencias se ha modificado aquí en el norte.
En Ciudadela, donde nació y vivió hasta los cincuenta años y
donde heredó el corralón de sus padres, todo es bien diferente. Por eso le
cuesta adaptarse al norte.
Le cuesta pero le
gusta.
De la misma manera que le gusta la señora por su forma de caminar, su ropa, su pelo, el
cuerpo perfecto que sabe mostrar.
Tan distinta es a Claudia, su primera esposa, que sigue en Ciudadela y con quien ya no habla
porque si bien pudo aguantar los insultos y hasta la furia impotente de sus golpes durante el proceso del divorcio, ya no puede tolerar su pena.
Claudia nunca hubiera
sometido a la niña al proceso tedioso de probarse disfraces para la fiesta de Halloween,
Además de la máscara,
es decir de mí, que soy el
elemento principal, el atuendo se
completa con una peluca desmechada y una túnica de bruja de color negro cuyo uso puede considerarse
una tortura dado el calor que hace en esta época de octubre.
Pero Claudia tampoco
se sometería a las cirugías que le permiten a la señora lucir sus vestidos y otras tantas cosas que
son justamente las que marcan la gran diferencia entre las dos.
Coco eligió y solamente de a ratos se arrepiente.
!Pensar que las personas creen que se pueden ocultar detrás
de nosotras!
Con gran cuidado me amoldo a la carita de la niña quien
aprendió a sollozar calladamente cuando advierte que su madre está realmente
alterada.
Por cierto, el tiempo vuela y ya es hora de partir.
El señor Leopoldo- como lo llama la mucama- ya puso en marcha la camioneta. Se ha hecho
tarde.
Salimos y aprecio el paisaje de jardines perfectos en esta mañana de primavera.
La familia se cruza y
se saluda con otras familias que con satisfacción se encaminan al mismo lugar
que nosotros, a disfrutar de la fiesta.
Voy cómodamente instalada y me arrulla el andar suave del
vehículo por el camino apacible.
La camioneta sale del barrio, tomamos por una calle arbolada
y a las pocas cuadras advierto a lo lejos el edificio nuevo y elegante de la
escuela de nombre extranjero.
Extrañamente no me siento del todo ajena por mi condición de
máscara.
Podría decirse que al
fin estoy entre los míos.
Excelente cuento Graciela!Me parecio un gran reflejo de nuestra sociedad, donde para algunos es mas importante "el tener" que "el ser".
ResponderEliminarGracias querida amiga. Y si,la tentación es fuerte y somos humanos pero es bueno tenerlo claro.
ResponderEliminarmuy buena historia!!
ResponderEliminarGracias por el tiempo dedicado a leer lo que escribo y por la opinión
EliminarMuy bueno!!!! Me encantó. Felicitaciones
ResponderEliminarMuy bueno, un pequeño golpe a esa festividad que quieren imponer y que por suerte (por ahora) no termina de arraigarse.
ResponderEliminarMe gusta desde el punto de vista en que está contado, me hizo acordar a "La casa" de Mujica Láinez. Libro que debería releer.
Un beso Gra!
Gracias. Qué bueno que te haya hecho acordar nada menos que a "La casa".
EliminarGracias. Qué bueno que te haya hecho acordar nada menos que a "La casa".
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