jueves, 28 de abril de 2016

GUANTES BLANCOS.



Hoy resulta un acto inútil tratar de identificar el frente. Y no es que no haya  puesto empeño.
Una serie de talleres mecánicos, negocios, fachadas reconvertidas, hacen imposible ubicar la entrada que aquella mañana fría de 1971 se aprontaba a recibir a las familias de la comunidad.
 Tampoco entonces era evidente la función del edificio. Solamente el Escudo Nacional sobre la puerta de dos hojas anunciaba la presencia de la escuela.
Mi maestra de tercer grado, la señorita Elena, me había designado escolta de la bandera para el acto del 20 de junio.
Durante  las dos semanas previas se habían acentuado mis expectativas. Todos los días, después del recreo, la Directora había dispuesto que ensayáramos las canciones patrias, en especial el Himno a la Bandera.
Todos juntos en el patio entrañable de la escuelita de barrio, en filas perfectas, después de tomar distancia, arremetíamos con las estrofas: “Aquí está la bandera idolatrada ……”
No teníamos profesora de música, así que supongo que el aprendizaje se basaba en la repetición.
 A los más chiquitos nos entusiasmaban los ensayos.  Bajo el techo de la galería, las maestras seguían atentas el desempeño de cada grado.
 El liderazgo lo ejercía sin ninguna duda ni esfuerzo, la Sra. Directora.
 Como nacida para eso, de edad madura, lucía la cabellera casi blanca, el guardapolvo inmaculado y la postura perfectamente firme aunque no rígida. Todos los días llegaba desde la Capital viajando en el ferrocarril Urquiza. Bajaba en la estación Lourdes y cruzaba la calle que separaba el andén de la escuela. Siempre vestía con una elegancia  que la distinguía del resto de las docentes.
¿La condición de esposa de un coronel tendría algo que ver con su imagen? Tal vez un poco, pero no más. El gesto de la Directora era siempre sereno, jamás gritaba. Y si bien su expresión no era dulce, transmitía seguridad y calma. Se preocupaba de verdad por nosotros. Como cuando nos instaba a llevar el portafolios alternadamente, para no sobrecargar un brazo en particular.
 Mi maestra, la señorita Elena,  era recién recibida. El primer día de clase me desconcertó. Yo creía que las maestras debían tener,  por lo menos, la edad de mi mamá.
 Sonreía con frecuencia y enseñaba con espontaneidad, como si ella también estuviera descubriendo la vida.
Llevaba suelto el cabello castaño que le llegaba a los hombros. Sus ojos eran de un color marrón claro y tenía pecas en la nariz.
Desde primer grado, dos o tres nenas nos empezamos a destacar por nuestra “aplicación”, como se decía entonces. En general, nos elegían como mejor alumna o mejor compañera y nos regalaban libros de cuentos al finalizar el ciclo lectivo. Pero ese 20 de junio, me habían elegido a mí para ser escolta.
Un día cercano a la fecha la señorita Elena me llevó a la Dirección donde estaban todos los “mejores alumnos”. La Directora nos explicó que la Bandera de Ceremonias sería portada por los de séptimo  y que los más chicos, llevaríamos la bandera del mástil, tomándola por los bordes. A mi me parecía que era como extender la ropa al sol.
-Escoltar a nuestra bandera es un honor muy grande, sobre todo en su día- nos había dicho la Directora con toda la calidez de la que era capaz.
Por tal razón, para ese acto debíamos llevar guantes blancos.
Mi mamá puso manos a la obra y preparó con esmero todo lo que nos identificaba orgullosamente como alumnos de la Escuela Pública: el guardapolvo blanquísimo y tieso con tablas perfectamente planchadas, la cinta azul oscuro formando un moño  sobre mi pecho,  las medias blancas hasta las rodillas y los zapatos tipo guillermina bien lustrados.
 Faltaban los guantes que mi mamá consiguió en la mercería del japonés, donde compraba los hilos y los cierres necesarios para su oficio de pantalonera.
Los guantes blancos eran definitivamente bellos. Tenían el brillo del raso y se adherían con precisión a las manos. Eran tan suaves que yo me pasé un rato largo acariciando con ellos mis mejillas.
-Basta, que los vas a ensuciar- ordenó mi madre.
Entonces, como si tuvieran la fragilidad de una trama  hecha con polvo de perlas, los dejé sobre  la sillita baja que usaba para jugar.
Como yo iba al turno tarde, no necesitaba levantarme temprano. Y si bien no estaba acostumbrada  a madrugar,  ese día no tuve ninguna dificultad para hacerlo.
Ya estaba lista. Al margen de la excitación que me producía ir a la escuela en un horario diferente y de ser escolta, tal vez lo que más me gustaba era pensar en el alfajor que la Cooperadora nos regalaba a la salida de todos los actos.
-Andá a buscar los guantes y salimos- me dijo mamá.
Los busqué sobre la sillita;  no estaban. Miré alrededor, arriba de la cama, sobre la mesa. No estaban por ningún lado.
Impaciente, mi mamá revisó todo. No aparecían.  Ya con lágrimas en los ojos, empecé a buscar por el piso.
 Entonces ví la escena: mi perro, desde un rincón, nos miraba   expectante con sus ojitos culpables, las orejas paradas, inmóvil y con uno de los guantes entre los dientes.
Con desesperación, iniciamos una lucha desigual entre él y nosotras. Desgraciadamente,  Charly, -así se llamaba nuestra mascota- creyó que era un juego, por eso corría alegremente mientras el guante parecía saludar aleteando en el aire.
Cuando el perro se cansó , se dejó atrapar. Entonces, tironeamos del guante  derecho solamente para comprobar que ya no tenía el dedo índice. Mi mamá lo sostuvo en sus manos como si eso fuera a animarlo. Estaba mutilado. Parecía una mano cansada de señalar vaya a saber qué horizonte promisorio. El izquierdo nunca apareció.
Habíamos perdido mucho tiempo. Caminamos las ocho cuadras que nos separaban de la escuela con bronca y tristeza. Llegamos y fui a la fila. La señorita Elena me vino a buscar.
-Vamos a la Dirección, Gracielita, que se hace tarde.
No pude más y me puse a llorar. La señorita me apartó de la fila y me llevó al aula. Allí, mi mamá le explicó la situación.
-Sin guantes no quiero ir, la Directora se va a enojar!- me ardían los ojos por tanta lágrima y por la tensión de mi pelo estirado, sacrificando el cuero cabelludo hasta el límite,  todo para lucir un rodete perfecto.
-Esperen acá, dijo la maestra.
Mientras enfilaba hacia la Dirección, la señorita Elena iba pensando en la estrategia a seguir. Debía convencer a la directora de apartarse de las formalidades. y creyó que el episodio del perro sería considerado por ella un descuido imperdonable
 -Señora, la familia de mi alumna está muy contrariada. Son muy humildes y no pudieron comprar los guantes blancos.
-Bueno, pero es el protocolo. ¿Por qué no lo dijeron antes? Lo hubiéramos solucionado con un aporte de la cooperadora.
-Es que tenían vergüenza, señora. Yo estuve pensando si por esta vez no podríamos obviar el protocolo. Después de todo, las manos que cosieron la bandera, allá en las barrancas del Paraná, no estaban enguantadas ¿Verdad? Tampoco las que desoyendo las órdenes conservadoras de Buenos Aires,  la llevaron triunfal hacia el norte en la hora más heroica del Gral. Manuel Belgrano.
La señorita Elena terminó su breve discurso  recordando el lugar preferencial del retrato de Belgrano en la Dirección y sin querer confrontar.
 Con gesto inocente bajó la mirada, como observando la punta de sus zapatos.
La Directora la escuchó con atención. Desconfiaba de esta  maestra que ocupaba sus fines de semana alfabetizando a la gente  de las villas.
Eran tiempos de rebeldía y los jóvenes se volcaban a la política, actividad que había estado  prohibida durante mucho tiempo por hombres como su esposo, el coronel.
 Sin embargo, el argumento de la señorita Elena era impecable.
-Traiga a la alumna, y que ocupe su lugar- le ordenó secamente.
Elena me fue a buscar, me tomó del brazo,  secó mi cara y abriéndose paso hacia la Dirección entre la asistencia que colmaba el patio, me sonrió con sus dientes nacarados, como de luna llena.
 Mucho tiempo después entendí el significado del gesto: con discreción, me guiñó un ojo,  bajó su mano y casi escondida en los pliegues del guardapolvo, formó la V con sus dedos delgados.






1 comentario:

  1. Excelente cuento Gra!!Emotivo recuerdo de tu maestra y me trajo los recuerdos de mi primaria!

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