Le había dicho al sargento de su escuadra que tenía que
despedirse.
Era uno de los mayores y tenía experiencia en combate. Hizo
valer esos antecedentes.
Su superior lo autorizó. ¡Qué locura! No se sabe quién de los dos fue
más boludo.
Andrés (de aquí en adelante se usará su nombre de guerra), se
estaba preparando en una casa operativa
desde hacía varias semanas.
Su misión era manejar
uno de los camiones.
A pesar de su
compromiso, venía dando muestras de cansancio, de distracciones que ponían en
peligro a los otros.
Al principio
demostraba carácter y animaba a los más jóvenes, pero últimamente se le acababa
la paciencia, la convicción; o tal vez
no. Tal vez solamente necesitaba estar cerca de Luisa aunque fuera por un rato.
Quién sabe.
Lo cierto es que se
acercó de noche a la casa de la calle Mitre, su casa, qué locura. Si sabía que
los estaban acorralando. Sabía que estaban cayendo como moscas y que no todos
aguantaban. Se les había ido la doctrina a la mierda. Tanto entrenamiento y
resulta que no pasaban la primera noche sin largar todo. Había excepciones pero
no eran muchas.
Igual, Andrés pidió ir a su casa, a ver a Luisa.
Obvio que no era el
único al que se le atragantaba el llanto antes de dormir.
¿Quién carajo habrá inventado la Navidad?
Fue con uno de los autos robados y con documentos falsos.
Tenía tres juegos con nombres diferentes.
Manejó por calles solitarias para evitar puestos de control
de la policía. Dio varias vueltas antes de estacionar. Tenía que estar seguro
de que no lo seguían. Apagó el motor y esperó. Nadie por ningún lado.
Le pareció tan triste el barrio. O el triste era él. En las reuniones sobre autocrítica le
machacaban con lo de la moral alta. Le venían pidiendo demasiado.
Reaccionó y miró para el frente de la casa. Todas las luces
apagadas.
Bajó del auto tratando de no hacer ruido.
Intentó abrir la puerta con su llave pero no pudo. ¿Habían
cambiado la cerradura?
Insistió pero fue inútil. Se dio cuenta que lo empezaba a
ganar la ira. Otra vez.
Pero ¿para qué volvía
si las cosas con Luisa estaban mal desde hacía mucho tiempo? Últimamente no se podía controlar, se
enfurecía y no dejaba de pegarle.
¿Qué tipo de cobardía le permitía manejar un camión con explosivos y al mismo
tiempo castigar a su mujer? Se negaba a
pensar en eso, como negaba el menosprecio por las mujeres de su grupo.
-Falta poco, compañeros. La ofensiva contra el enemigo será
definitiva- había dicho uno de los comandantes.
Tenía que ver a Luisa.
Ella había escuchado el ruido de las llaves desde la cama. Su
habitación daba a la calle y a pesar que hacía dos meses que su marido no
andaba por la casa, siempre estaba alerta.
Le tenía miedo. Al saberlo cerca
se le despertaban todas las fibras del cuerpo que tenían memoria de los gritos,
los insultos, los golpes. Esta vez estaba entera, no la iba a joder nunca más.
Saltó de la cama a la cocina donde estaba el teléfono para pedir ayuda.
No obstante dudó. Aunque no tenía certeza y no quería tenerla, intuía que él ya estaba
marcado. “En todo caso va a ser una cuestión de tiempo”, se dijo a sí misma
mientras dejaba el teléfono y cruzaba, descalza, el breve pasillo de mosaicos
grises que separaba la cocina de la entrada.
-¿Qué querés?
-Luisa…yo…abrime -susurró el hombre.
-¿Para qué?
-Tenemos que hablar.
La mujer apoyó la frente en la puerta de chapa y se
reconfortó con la frescura del contacto. La casita hervía bajo el cielorraso
descascarado por el abandono.
Igual que ella.
Metíó la llave en la cerradura. Se maldijo por ceder otra
vez. Sin embargo algo le decía que no iba a ser igual. El “Tenemos que hablar”
que ya había escuchado tantas veces, sonaba más cansado. No era súplica, no.
Las súplicas las conocía bien. El tono era definitivo. No le parecía
arrepentido sino como derrotado. Si. Era eso. Parecía que él hubiera superado
su propia miseria y la ofreciera en el altar de vaya a saber qué causa. Algo
que iba más allá de ellos dos.
-Soy una pelotuda- pensó y giró la llave hacia la derecha.
Retrocedió un poco y él entró rápido. Quedaron frente a
frente. Dos meses no es tanto tiempo, pero igual se examinaron con la mirada.
El hombre le pareció más alto con sus pantalones de gabardina azul oscuro y una
camisa del mismo color.”Parece recién salido de la fábrica” pensó ella.
“Parece una nena vieja” pensó él al verla más menuda, en su camisón de linón con florcitas
celestes y de mangas acampanadas con
puntillas.
Se habían conocido siete años antes en la fábrica textil.
Luisa ya trabajaba en los telares cuando él ingresó. Los compañeros los
empezaron a cargar de entrada y ella no
supo si fue por eso o porque le gustaba
cómo hablaba, la cuestión es que se empezó a fijar en él.
Cuando al poco tiempo, la invitó a ir al cine, Luisa ni lo
pensó. “Vamos”, fue su respuesta. De ahí en más todo fue rápido. Andrés se mudó
a la casita que ella había heredado de sus viejos.
A los dos años más o menos,
y a pesar de que no había sido fácil la convivencia, ella le insinuó lo
del casamiento. Con el tiempo se reprocharía tanta ingenuidad, pero en ese
momento le pareció que con la libreta en mano iba a empezar otra historia. Una
mejor.
-¡Si serás burguesa…!-le había dicho con una sonrisa mientras
le acariciaba el pelo.
Él le dio el gusto. Luisa todavía recordaba con cariño los
preparativos del casamiento. La ilusión con la que había recorrido la calle Azcuénaga de punta a punta para comprar la tela del trajecito rosa que se
hizo hacer. La cara de él cuando le consiguió el traje azul para ir al Registro
Civil. La única foto, colgada en la
pared del dormitorio, con el peinado batido de ella y el pelo con gomina del
novio, que le mantenía las ondas
rebeldes hacia el costado.
La situación cambió, pero no como Luisa lo había imaginado.
A finales de 1970, el clima en la fábrica estaba enrarecido.
Habían entrado a trabajar unos muchachos
nuevos. Su marido los admiraba. Se reunía con ellos fuera del trabajo. Llegaba
tarde a la casa, no le daba explicaciones. Ella se puso celosa al principio y
lo hostigaba por eso. Él siempre había tenido mal carácter pero ahora la
trataba con una impaciencia prepotente. Empezó a subestimarla, sobre todo
cuando ella se mostraba reticente a escuchar sus argumentos que daban vuelta
alrededor de lo mismo.
-Vos no tenés conciencia de dónde estás parada-Le decía con
frecuencia pero sin acariciarla.
Con el tiempo, él ya
no le daba explicaciones de nada. Ni siquiera el día en el que ella encontró el
arma y casi se muere del susto.
Cuando los echaron del trabajo, Luisa se desesperó. El marido
no se inmutó. Por un tiempo siguió trayendo plata. A veces pasaba muchos días sin volver a la
casa. Si ella se ponía pesada, él terminaba la discusión con un buen empujón y
vuelta a irse.
El día que la mujer amenazó con denunciarlo, recibió la
primera paliza.
Ella lo había dicho por decir, por supuesto. Además no sabía
a ciencia cierta en lo que estaba metido. No es que no tuviera indicios. Aunque
no había terminado el secundario, tampoco era tonta. La cuestión es que no se
quería involucrar más de lo que ya estaba.
Tenía que buscar trabajo.
Entró en un taller de costura.
Ganaba menos que antes; no le importaba.
Estaba ocupada y no dependía de él y sus largas ausencias.
Durante el último año y medio, había aparecido poco y
nada. La última vez que lo vio, tenía la
cara curtida por el sol y con cortes mal curados. Estaba flaco y demacrado. El
monte tucumano le dolía en todo el cuerpo.
Ella, envalentonada, lo recibió con un “esto no es un
aguantadero”.
Él le contestó con un golpe tremendo, cobarde,
incomprensible, que la desparramó por el
piso. Luisa volvió a sentir el miedo que nunca había perdido y
cuando temió que seguiría la paliza, su marido simplemente se fue.
Ahora volvía.
Entraron en la cocina. La mesa redonda y las cuatro sillas
alrededor. El mantel de hule colorido. La pavita enlozada de color naranja. El
hombre miraba como si estuviera
reviviendo un recuerdo querido. Comparaba este ambiente sencillo y cálido con
las casas que servían de entrenamiento y refugio. Lugares impersonales de los
que muchas veces había que salir trepando por los techos vecinos con lo puesto.
No pudo menos que sonreír.
La mansedumbre de Luisa se adivinaba en el orden y en los
detalles sencillos como la agarradera tejida al crochet. Esa maldita
mansedumbre que lo sacaba de sus cabales y lo había enfurecido tantas veces.
Se sentó. Necesitaba empezar a hablar de lo que le estaba
pasando. Sin embargo, un silencio incómodo se instaló entre ambos.
Al rato él dijo como
al pasar:
-No cambiaste nada por acá.
-¿Y qué querés que cambie? ¿Te parece que hay poco quilombo
por todos lados? Doy gracias que me puedo mantener. El que quiere cambiar el
mundo sos vos.- Luisa se escuchó a sí misma y casi no se reconoció.
Andrés bajó la mirada. No tenía ganas de seguirle la
corriente. Se preguntaba qué era lo que había ido a buscar a esa casa que nunca
sintió verdaderamente como suya. La pasividad desarmó a Luisa, quien estuvo
tentada de abrazarlo. Un freno invisible hecho de rencor le impidió hacerlo.
Al final, apartó una silla y se sentó frente a él. Empezó a
doblar con obsesión un repasador con motivos navideños.
El hombre sintió que todo era inútil y sin conciencia
verdadera del momento que estaban viviendo, dijo:
-¿Sabés lo que más me jodía de todo?
-¿Cuándo?- respondió ella como desorientada.
-La sed.
-¿Qué? Bueno…-titubeó Luisa.- Tengo las sidras que me dieron
en el taller por las Fiestas. Abrimos
una- Se puso de pie como si hubiera recibido una orden.
Aturdida, la mujer se acercó a la heladera.
Una sirena lejana sacó al hombre de su letargo y le tensó los
músculos de la cara.
El ruido se fue extinguiendo y entonces él le volvió a
bajar la guardia.
- Dame que yo la destapo.
Sirvió en dos vasos que ella puso sobre la mesa, de esos baratos y gruesos que se compran en los bazares de
barrio, entre los escobillones y las palitas para la basura.
La sidra estaba dulce y fresca. Ellos la bebieron en
silencio. Sabían que estaban firmando una
paz debilucha y mentirosa.
-¿Y cómo…?-la mujer intentó iniciar la conversación.
-No va a durar mucho, esto no da para más.-Él la miró fijo
como para obligarla a entender definitivamente. Deseó que ella le dijera “Si,
ya sé, te entiendo y te admiro y acá estoy para curarte las heridas y te
sostengo y sos el hombre que soñé y en vos están todos los hombres que van a
salvar a este país. Yo estoy con ustedes en esto”.
En cambio, a ella le salió un: “¿Abrimos otra?”
Y a él le vinieron unas
ganas de putearla y de llorar, y otra vez como tantas veces tuvo el
impulso de pegarle a ver si despertaba pero sin embargo se despachó con un:
“Bueno”.
Siguieron tomando y a los dos los invadió una pesadez
bonachona y un deseo de tocarse como antes.
Sin embargo, se
dejaron estar en ese puro presente que
los absolvía del pasado.
Descorcharon la tercera botella y ya era reírse de algún
recuerdo que ni siquiera estaban seguros de haber vivido juntos.
El hombre miró el reloj de la pared: las tres de la mañana.
-Me van a fusilar- pensó y sonrió por la ocurrencia.
Se paró vacilante.
-¿No te quedás? Preguntó Luisa desde la confusión producida
por el alcohol.
-No, te dije que va a pasar algo grande.
-¿Vas a volver?
-Claro- contestó pensando que tanta seguridad tal vez
despertaría algo de emoción en su mujer.
-Entonces, brindemos por la vuelta…-Dijo ella.
-No; brindemos por la
victoria.
Se fue, como tantas veces. Feliz, como nunca.
Faltaban tres días para Nochebuena.
Luisa se quedó en la cocina mirando la mesa con las botellas
vacías y los vasitos de entrecasa. Tuvo el impulso de ordenar todo como había
ordenado su mundo doméstico: la realidad
del despertador a las cinco de la mañana, colectivo lleno y a fichar. La vida que la había
separado del tipo que vino a despedirse.
No lloró, sin embargo.
Tampoco lo hizo cuando
el miércoles 24 de diciembre buscó su nombre como loca en los diarios que
relataban el enfrentamiento en el cuartel.
Andrés, en cambio,
mientras estaba tirado boca arriba, mirando el cielo oscurecido por el humo de
Monte Chingolo, no pensaba en ella.
El ruido de los huesos
crujiendo al paso de los tanques no lo atormentaba tanto como la idea de
terminar así, abrasado otra vez por la sed.
Muy bueno! Excelente
ResponderEliminarFelicitaciones
Gracias, Frodo!!!!!Felices Fiestas.
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