Miss Argentina
Los robles parduzcos, oprimidos en el cemento
gris de la plaza, parecían los caballeros de la isla de miel. Ella había visto
sus armaduras con brillos gastados, vigilando el mar desde lo alto.
A la ex Miss Argentina se le
mezclaban los recuerdos de los lugares en los que había posado cuando era la
modelo más famosa. También confundía los relatos que había escuchado en sus
viajes por el Mediterráneo, escenario de sus días de gloria.
Había sido la época en que las marcas más
importantes se peleaban por tenerla como protagonista de sus campañas. Podían
ser cigarrillos o relojes, perfumes o carteras. Podía ser la isla de Capri o la
de Malta o tal vez los edificios soñados por Gaudí en Barcelona.
Su rostro no era sensual, pero irradiaba
el optimismo prometedor de los amaneceres en el mar. Simplemente hacía feliz a la
gente, aumentando la facturación de todo lo que tocaban sus manos.
Igual que ella, los árboles
que observaba esa tarde-objetos de su atención reciente- eran generosos. Las
copas nutridas, que ya no tenían edad a fuerza de cobijar generaciones enteras
de pájaros, habían dejado de crecer. Estaban simplemente ahí, perennes, sin
tomar nota del paso de las estaciones.
Pero a diferencia de ella, seguían siendo
necesarios.
No le molestaba el olvido.
Lo entendía, lo había estado esperando
después de cada temporada en las pasarelas o de las largas sesiones de fotos en
las que era la estrella indiscutida. Sin embargo, parecía que siempre habría tiempo para algo más; un evento, alguien que la reconocía en la
calle y le pedía un autógrafo. ¡Todavía no existían los celulares!
Jamás le faltaron los
hombres. Tenía la esperanza de que también llegaría el indicado. Mientras
tanto, no podía quejarse de su suerte y esto duró hasta que su
hermana murió en un
accidente. Entonces se dio cuenta de que el indicado no llegaba y que solamente
la buscaban para promocionarse o sacarle plata.
Se tentó con la idea de
retocarse un poco. La propuesta venía bien armadita, y le hicieron creer que
sería como sacarse una muela o algo así. Sufrió mucho por cierto, pero los
resultados fueron tan buenos que se olvidó pronto del dolor.
Se hizo clienta del cirujano
de moda. Él le inspiraba confianza y con el paso del tiempo ella se ponía más
interesante, como le pasa a las mujeres que tienen algo para decir. Pero a ella
nadie quería escucharla hablar. En
realidad todo el mundo pretendía comprobar a través de su sonrisa blanquísima y
su piel tostada y tersa, que no había pasado la vida y que desde la pantalla de
algún televisor en blanco y negro, los días
se sucedían sin desempleo ni torturadores. Las arrugas de su cara
condenaban a los televidentes al desamparo general.
-Mirá, esta señora fue la
Miss Argentina más linda que hubo.- le dijo un hombre a su hijo al verla pasar
por la esquina de Córdoba y Callao.
-¿Qué es una Miss
Argentina?-había preguntado el chico.
Y ella que escuchó el breve
diálogo no se puso contenta, al contrario. Tuvo que admitir que a pesar de todas las cirugías y las
dolorosas secuelas, a pesar de sus
facciones grotescas ahora deformadas por el botox y de su cuerpo moldeado como
una caricatura de sí mismo, a pesar del
dinero y la ropa cara, el elogio venía conjugado en tiempo pasado, irreverente y hostil.
Después de eso, ya no quiso
vivir en el centro, caja de resonancia de todas las novedades y radar
implacable de las almas lastimadas.
Estuvo un tiempo recorriendo el conurbano y se decidió una mañana de
domingo andando despacio con el auto por las calles anchas de Bella Vista: la
virgencita con ofrendas de plástico escuchando el pedido de una señora sentada
discretamente en un banco de madera
reseca ; las casonas escondidas tras los
alambrados cubiertos de coronas de novia; la sucesión de perfumes en el aire
como si fueran notas de una melodía
ejecutada en la flauta dulce de algún escolar.
Su mirada se entretuvo en la
senda que acompaña el trazado de las vías muertas, por la que circulaba gente
trotando. Se imaginó a si misma en esa paz y se sintió reconfortada.
Eligió un chalecito de estilo inglés sobre el
boulevard con palmeras jóvenes. Lo que verdaderamente la decidió fue el palo
borracho que dominaba el parque del fondo. Solamente se lamentó de los
aguijones que cubrían el verde nuevo del tronco. “Está claro que no voy a poder
abrazarlo”-pensó mientras amagaba una sonrisa triste-.
El living oscuro tenía un ventanal con vista a una plaza habitada por los robles y también por los
ombúes que no se conformaban con un pedacito de tierra. Ocupaban con sus raíces
todo lo que podían de tal manera que el espacio domesticado por los empleados
municipales debía rendirse a sus antojadizas
formas.
Una vez instalada en la
casa, se dejó envolver por la primavera.
En eso estaba esa tarde,
evaluando desde su ventana las
fortalezas y desventajas de tal o cual
rama, cuando sonó el teléfono.
El más famoso de sus
antiguos amantes la convocaba para trabajar. Nada importante; una participación
como panelista de un programa en los que
se habla de cualquier cosa; “Tenés mucha presencia todavía” “La gente quiere
saber de vos” le había dicho para convencerla. Agregó además otras generalidades
adulonas que ninguno de los dos creía.
La ex Miss Argentina lo
pensó un momento y aceptó.
Bien podía postergar por unos días la difícil
elección del árbol en el que iba a ahorcarse.
Evidentemente, no podía ser cualquiera.
Después de todo, ella había sido una reina.
Tu relato tiene un logrado clima melancólico.
ResponderEliminarQue se quiebra al revelarse la razón de la preferencia por ese árbol.
Pero el antiguo amante estuvo oportuno con esa oferta, a pesar de que no es un gran cosa y que ninguno de los dos cree en esas adulaciones. No se ahorcará.
Un abrazo.
Sos un optimista. Gracias. Abrazo.
ResponderEliminarMe encantó. Coincido con el Demiurgo acerca del clima, y el giro (o el foco) argumental sobre el final cierra perfecto.
ResponderEliminarBeso!