Día 1.
Hoy salimos muy temprano. Desde Buenos Aires
hacia el oeste, atravesamos la provincia de La Pampa por el “Camino del
Desierto”. No tiene que ver con el Sahara
o algo así. Le pusieron ese nombre pero nunca estuvo despoblado. Pienso en la
forma de vida de la gente antes de que los corrieran y los mataran. Pienso en
las mujeres que llevaron a servir en las
casas ricas de la ciudad y en los hombres que fueron a morir lejos, en la isla
Martín García. También pienso en los gringos atacados por los malones. En fin,
me enfoco en el paisaje. La vegetación es chata y de un color verde pálido. El
horizonte es perfecto y pudimos ver una tormenta viniendo de lejos. Impactó con
furia en el parabrisas. No sentí nada de miedo, al contrario, disfrute total.
Hacia el atardecer llegamos al hotel “del cruce” donde paran todos los que se
aprestan a entrar en la Patagonia. Parece de otra época, cuando no se
mezquinaban materiales nobles. El clima es familiar a pesar de que los
pasajeros raramente pasan más de una noche aquí.
La pareja se registró en la recepción. No habían almorzado, así que fueron los
primeros en entrar al comedor para cenar.
-Hay parrillada. ¡Qué
suerte qué tenés!-la mujer le hablaba en tono burlón.
-Mirá todo lo que hay para vos- él le señaló una mesa
rebosante de ensaladas -¿Estás muy cansada esta noche, no?
-¿ Y a vos qué te parece?
-Entonces voy a pedir vino.
Dia 2.
Salimos de la Pampa y entramos en Río Negro.
La aridez va cediendo y cuando nos acercamos a los grandes ríos, se empiezan a ver plantas y arbustos que
forman manchones verdes en las orillas; hay árboles altísimos que enmarcan las
plantaciones de fruta. Llegamos a
Bariloche y nos sofoca el aire con cenizas volcánicas. Se acumulan sobre los
techos de tejas afeando los colores. Nos entristece la gran nube gris que
desdibuja las marquesinas de los negocios y arruina los jardines.
Dejaron sus valijas en
el hotel céntrico y caminaron por la avenida pegada al lago. Se acercaron a la orilla. El hombre se puso a
tirar piedritas al agua. Ella se sentó sobre una roca aplanada y dio gracias a
Dios porque no había ningún chico cerca. No quería que la distrajeran.
Necesitaba absorber el momento para poder escribir las sensaciones más tarde.
Era su manera de sostener el viaje.
-¿Volvemos al hotel?- dijo el hombre cuando se cansó de tirar
piedras.
-Volvé vos. Yo voy a ver si encuentro el negocio donde
vendían los duendecitos que le gustaban a Yamila -se levantó y enseguida cruzó
la avenida.
El marido la quedó
mirando sin tiempo para reaccionar.
Dia 3:
Nos fuimos de Río Negro y entramos en Chubut
ansiosos por llegar a Cholila. Es una pequeña ciudad de calles anchísimas y
casi solitarias. En las afueras está la
posada que es como un oasis. El comedor,
revestido en madera, tiene un ventanal que se abre a un jardín cuajado de
rosas. La cocina es enorme y ¡tan acogedora! Todos los
ambientes están llenos de luz. La
comida, exquisita. Jamás probaremos un dulce de cerezas tan rico como el que
nos sirvió la Sra. Lidia.
-Vamos a entrar al Parque Los Alerces por acá- el hombre
desplegó el mapa después de correr la taza y los platos del desayuno.-la
encargada me dijo que es el mejor acceso.
-ah, qué bueno-ella siguió mirando por la ventana.
-¿No te importa, no?-él guardó el mapa y con amargura le
preguntó-¿Para qué vinimos?
-Porque nos gustaba viajar.
Día 4:
Hoy Paseamos por el Parque Nacional Los alerces.
Desde la entrada se accede a un camino que bordea un lago de color azul con una
playita protegida del sol por la sombra de los alerces. El parque es tan enorme
que es muy fácil encontrar privacidad. Hay cientos de otros árboles
identificados con unos cartelitos diminutos. No tenemos ganas de detenernos a
leer. Igual agradecemos su frescura.
Estacionaron a orillas
del lago. Bajaron las sillas plegables y extendieron una lona. La mujer se puso
a leer enseguida. El hombre se tomó su tiempo para apreciar el silencio y los
perfumes del aire.
-¿Qué loco no?-él hablaba bajito.
-¿Qué?
-Estar acá, en este paraíso, comiendo atún de la lata.
-Bueno, en el paraíso debe haber de todo-ella sonrió con
calidez, dejó de lado el libro y le sirvió gaseosa en un vasito de plástico.
El marido se dio por satisfecho. Pasaron el resto del día
intercambiando cortesías en el marco verde profundo del parque
Día 5:
Volvemos a cruzar la Patagonia. Esta vez desde
los Andes al mar. Ahora sí, la estepa se abre y expone toda su soledad. No
podemos menos que admirar la entereza que se necesita para vivir aquí. Los colores de la tierra van desde el marrón
al ocre y el amarillo. No hay árboles, solo arbustos bajos. Las estaciones de
servicio de esta ruta son como las fuentes de agua que todavía existen en Roma
para saciar la sed de los peregrinos.
Íbamos con la nafta justa.
Llegamos a Gayman con alivio. Seguramente a los galeses les pasó lo
mismo, aunque ellos no llegaron en auto., Nosotros disfrutamos el resultado de
sus esfuerzos. Lamentamos llegar tarde para la hora del té.
-Qué lindo vivir acá-la mujer bajó del auto.
-No sé, mucha quietud para mi gusto- él hombre estaba feliz
de estirar las piernas.
-En Buenos Aires, la gente no te deja pensar.
- Uno puede pensar en cualquier lado.
-No. Yo necesito esto para pensar en Yamila. La gente no
entiende…y yo…me canso de escuchar y de suponer-la mujer caminaba por la
avenida principal de Gayman mirando el piso.
-Nosotros tenemos
que pensar en cuidarnos, nada más-el
hombre la tomó del brazo para cruzar.
Entraron en la hostería en la que iban a pasar esa noche.
Día 6:
Partimos de Gayman con el objetivo de llegar
al mar. Las Grutas nos recibió con el ajetreo de un balneario en lo mejor de la
temporada. Nos animamos a un hostel ¿Por
qué no? Como no es precisamente barato, no hay tantas diferencias con un hotel
convencional. Lo que no es convencional es la costa. El mar va y viene con
libertad creando dos paisajes totalmente distintos. Por la tarde la marea baja y queda al
descubierto una enorme superficie de roca y arena. Todos vamos migrando con el
equipo playero a cuestas.
-No parece una playa argentina-dijo ella.
-Es cierto, pero lo es. Por lo visto, tenemos playas para
todos los gustos. ¡ La Argentina no termina en Buenos Aires!-el hombre se
entusiasmó con la posibilidad de una buena charla.
- Tenés razón. A mi me gusta la energía de las olas y del
viento del sur. Prefiero este aire fresco al
aire caliente del Caribe.
-Vos estás loca-dijo él sonriente.
-¡Me encanta venir a la playa con el mate y la campera!-los ojos de la mujer brillaron
por un instante fugaz. Enseguida se nublaron con el recuerdo de otras imágenes.
El marido supo que
debía cambiar de tema.
-Volvamos temprano, me prometiste que esta noche me vas
a acompañar al casino.
Día 7:
Dejamos la Patagonia. Encaramos la ruta de sur
a norte y recorremos la “patita “ de Buenos Aires, pegados a la costa. Los
campos sembrados van pasando uno detrás de otro. Kilómetros de alambre. La
llanura, si bien monótona, nos brinda la seguridad de lo conocido. Entramos a una localidad surcada por los camiones de
carga que van perdiendo granos por la calle.
Como al final del camino, el balneario de Reta nos espera con sus playas
salvajes a las que cuesta llegar caminando. Los médanos son muy altos. Hay un
animalito-no tengo idea a qué especie pertenece- que está cavando una cueva en
la arena. Solamente se ven sus patitas armando remolinos entre unos yuyos. Acá
no hay asfalto ni centros comerciales. Es un lugar ideal.
-Me gusta este hotel, es muy aristocrático ¿no?-l la mujer
iba subiendo por la escalera y acariciaba la suavidad de la baranda. Todo
estaba impregnado con el olor del
lustramuebles.
-Parece muy tradicional. Está bueno para descansar unos días
antes de volver a casa-el marido abrió la puerta de la habitación y dejó las
valijas en el piso.
-Sí, necesito descansar.
Último día.
Querida hija: Hasta acá llegué.
Creo que te va a gustar el estilo de mi
diario. Me inspiré en vos. Estuve pensando y creo que es lo mejor que te puedo
dejar. Lo escribí porque tengo la
esperanza de que vuelvas. Y espero que regreses y no que “te encuentren” porque
no me cabe en la cabeza esa posibilidad. Últimamente me gusta pensarte en
alguna sierra, tal vez Córdoba, siguiendo el curso de un río transparente; o
pedaleando por la calle de un pueblo despoblado al que ya no llega ningún tren.
Te criamos en libertad y así quiero recordarte. También el mío es un acto que
me libera del infierno de tu desaparición. Ojalá me perdonen.
El hombre se despertó tarde. Se levantó y esperó que la mujer
saliera del baño. Le llamó la atención ver sobre la mesita de luz el cuaderno
de tapas duras en el que ella escribía.
Siempre lo guardaba en la mochila. Siguió esperando hasta que golpeó
tímidamente la puerta. Nada. Entró. Ella no estaba. Se cambió y bajó al
comedor.
Desde la escalera, recorrió con la vista las mesas que a esa
hora ya empezaban a desocuparse. No estaba.
-Buenos días, disculpe-le dijo al conserje.
-Buenos días.
-¿No vió a mi señora? Estamos en la habitación 215.
-Sí, salió temprano, me preguntó por el camino más corto a la
playa. Yo le advertí que estaba muy ventoso, pero me dijo que a ella le gustaba
el viento del sur. ¿Quién entiende a las
mujeres, no?-el empleado le guiñó un ojo y siguió atendiendo a los turistas que
a esa hora hacían fila frente al mostrador de la recepción.
Día 1.
Hoy salimos muy temprano. Desde Buenos Aires
hacia el oeste, atravesamos la provincia de La Pampa por el “Camino del
Desierto”. No tiene que ver con el Sahara
o algo así. Le pusieron ese nombre pero nunca estuvo despoblado. Pienso en la
forma de vida de la gente antes de que los corrieran y los mataran. Pienso en
las mujeres que llevaron a servir en las
casas ricas de la ciudad y en los hombres que fueron a morir lejos, en la isla
Martín García. También pienso en los gringos atacados por los malones. En fin,
me enfoco en el paisaje. La vegetación es chata y de un color verde pálido. El
horizonte es perfecto y pudimos ver una tormenta viniendo de lejos. Impactó con
furia en el parabrisas. No sentí nada de miedo, al contrario, disfrute total.
Hacia el atardecer llegamos al hotel “del cruce” donde paran todos los que se
aprestan a entrar en la Patagonia. Parece de otra época, cuando no se
mezquinaban materiales nobles. El clima es familiar a pesar de que los
pasajeros raramente pasan más de una noche aquí.
La pareja se registró en la recepción. No habían almorzado, así que fueron los
primeros en entrar al comedor para cenar.
-Hay parrillada. ¡Qué
suerte qué tenés!-la mujer le hablaba en tono burlón.
-Mirá todo lo que hay para vos- él le señaló una mesa
rebosante de ensaladas -¿Estás muy cansada esta noche, no?
-¿ Y a vos qué te parece?
-Entonces voy a pedir vino.
Dia 2.
Salimos de la Pampa y entramos en Río Negro.
La aridez va cediendo y cuando nos acercamos a los grandes ríos, se empiezan a ver plantas y arbustos que
forman manchones verdes en las orillas; hay árboles altísimos que enmarcan las
plantaciones de fruta. Llegamos a
Bariloche y nos sofoca el aire con cenizas volcánicas. Se acumulan sobre los
techos de tejas afeando los colores. Nos entristece la gran nube gris que
desdibuja las marquesinas de los negocios y arruina los jardines.
Dejaron sus valijas en
el hotel céntrico y caminaron por la avenida pegada al lago. Se acercaron a la orilla. El hombre se puso a
tirar piedritas al agua. Ella se sentó sobre una roca aplanada y dio gracias a
Dios porque no había ningún chico cerca. No quería que la distrajeran.
Necesitaba absorber el momento para poder escribir las sensaciones más tarde.
Era su manera de sostener el viaje.
-¿Volvemos al hotel?- dijo el hombre cuando se cansó de tirar
piedras.
-Volvé vos. Yo voy a ver si encuentro el negocio donde
vendían los duendecitos que le gustaban a Yamila -se levantó y enseguida cruzó
la avenida.
El marido la quedó
mirando sin tiempo para reaccionar.
Dia 3:
Nos fuimos de Río Negro y entramos en Chubut
ansiosos por llegar a Cholila. Es una pequeña ciudad de calles anchísimas y
casi solitarias. En las afueras está la
posada que es como un oasis. El comedor,
revestido en madera, tiene un ventanal que se abre a un jardín cuajado de
rosas. La cocina es enorme y ¡tan acogedora! Todos los
ambientes están llenos de luz. La
comida, exquisita. Jamás probaremos un dulce de cerezas tan rico como el que
nos sirvió la Sra. Lidia.
-Vamos a entrar al Parque Los Alerces por acá- el hombre
desplegó el mapa después de correr la taza y los platos del desayuno.-la
encargada me dijo que es el mejor acceso.
-ah, qué bueno-ella siguió mirando por la ventana.
-¿No te importa, no?-él guardó el mapa y con amargura le
preguntó-¿Para qué vinimos?
-Porque nos gustaba viajar.
Día 4:
Hoy Paseamos por el Parque Nacional Los alerces.
Desde la entrada se accede a un camino que bordea un lago de color azul con una
playita protegida del sol por la sombra de los alerces. El parque es tan enorme
que es muy fácil encontrar privacidad. Hay cientos de otros árboles
identificados con unos cartelitos diminutos. No tenemos ganas de detenernos a
leer. Igual agradecemos su frescura.
Estacionaron a orillas
del lago. Bajaron las sillas plegables y extendieron una lona. La mujer se puso
a leer enseguida. El hombre se tomó su tiempo para apreciar el silencio y los
perfumes del aire.
-¿Qué loco no?-él hablaba bajito.
-¿Qué?
-Estar acá, en este paraíso, comiendo atún de la lata.
-Bueno, en el paraíso debe haber de todo-ella sonrió con
calidez, dejó de lado el libro y le sirvió gaseosa en un vasito de plástico.
El marido se dio por satisfecho. Pasaron el resto del día
intercambiando cortesías en el marco verde profundo del parque
Día 5:
Volvemos a cruzar la Patagonia. Esta vez desde
los Andes al mar. Ahora sí, la estepa se abre y expone toda su soledad. No
podemos menos que admirar la entereza que se necesita para vivir aquí. Los colores de la tierra van desde el marrón
al ocre y el amarillo. No hay árboles, solo arbustos bajos. Las estaciones de
servicio de esta ruta son como las fuentes de agua que todavía existen en Roma
para saciar la sed de los peregrinos.
Íbamos con la nafta justa.
Llegamos a Gayman con alivio. Seguramente a los galeses les pasó lo
mismo, aunque ellos no llegaron en auto., Nosotros disfrutamos el resultado de
sus esfuerzos. Lamentamos llegar tarde para la hora del té.
-Qué lindo vivir acá-la mujer bajó del auto.
-No sé, mucha quietud para mi gusto- él hombre estaba feliz
de estirar las piernas.
-En Buenos Aires, la gente no te deja pensar.
- Uno puede pensar en cualquier lado.
-No. Yo necesito esto para pensar en Yamila. La gente no
entiende…y yo…me canso de escuchar y de suponer-la mujer caminaba por la
avenida principal de Gayman mirando el piso.
-Nosotros tenemos
que pensar en cuidarnos, nada más-el
hombre la tomó del brazo para cruzar.
Entraron en la hostería en la que iban a pasar esa noche.
Día 6:
Partimos de Gayman con el objetivo de llegar
al mar. Las Grutas nos recibió con el ajetreo de un balneario en lo mejor de la
temporada. Nos animamos a un hostel ¿Por
qué no? Como no es precisamente barato, no hay tantas diferencias con un hotel
convencional. Lo que no es convencional es la costa. El mar va y viene con
libertad creando dos paisajes totalmente distintos. Por la tarde la marea baja y queda al
descubierto una enorme superficie de roca y arena. Todos vamos migrando con el
equipo playero a cuestas.
-No parece una playa argentina-dijo ella.
-Es cierto, pero lo es. Por lo visto, tenemos playas para
todos los gustos. ¡ La Argentina no termina en Buenos Aires!-el hombre se
entusiasmó con la posibilidad de una buena charla.
- Tenés razón. A mi me gusta la energía de las olas y del
viento del sur. Prefiero este aire fresco al
aire caliente del Caribe.
-Vos estás loca-dijo él sonriente.
-¡Me encanta venir a la playa con el mate y la campera!-los ojos de la mujer brillaron
por un instante fugaz. Enseguida se nublaron con el recuerdo de otras imágenes.
El marido supo que
debía cambiar de tema.
-Volvamos temprano, me prometiste que esta noche me vas
a acompañar al casino.
Día 7:
Dejamos la Patagonia. Encaramos la ruta de sur
a norte y recorremos la “patita “ de Buenos Aires, pegados a la costa. Los
campos sembrados van pasando uno detrás de otro. Kilómetros de alambre. La
llanura, si bien monótona, nos brinda la seguridad de lo conocido. Entramos a una localidad surcada por los camiones de
carga que van perdiendo granos por la calle.
Como al final del camino, el balneario de Reta nos espera con sus playas
salvajes a las que cuesta llegar caminando. Los médanos son muy altos. Hay un
animalito-no tengo idea a qué especie pertenece- que está cavando una cueva en
la arena. Solamente se ven sus patitas armando remolinos entre unos yuyos. Acá
no hay asfalto ni centros comerciales. Es un lugar ideal.
-Me gusta este hotel, es muy aristocrático ¿no?-l la mujer
iba subiendo por la escalera y acariciaba la suavidad de la baranda. Todo
estaba impregnado con el olor del
lustramuebles.
-Parece muy tradicional. Está bueno para descansar unos días
antes de volver a casa-el marido abrió la puerta de la habitación y dejó las
valijas en el piso.
-Sí, necesito descansar.
Último día.
Querida hija: Hasta acá llegué.
Creo que te va a gustar el estilo de mi
diario. Me inspiré en vos. Estuve pensando y creo que es lo mejor que te puedo
dejar. Lo escribí porque tengo la
esperanza de que vuelvas. Y espero que regreses y no que “te encuentren” porque
no me cabe en la cabeza esa posibilidad. Últimamente me gusta pensarte en
alguna sierra, tal vez Córdoba, siguiendo el curso de un río transparente; o
pedaleando por la calle de un pueblo despoblado al que ya no llega ningún tren.
Te criamos en libertad y así quiero recordarte. También el mío es un acto que
me libera del infierno de tu desaparición. Ojalá me perdonen.
El hombre se despertó tarde. Se levantó y esperó que la mujer
saliera del baño. Le llamó la atención ver sobre la mesita de luz el cuaderno
de tapas duras en el que ella escribía.
Siempre lo guardaba en la mochila. Siguió esperando hasta que golpeó
tímidamente la puerta. Nada. Entró. Ella no estaba. Se cambió y bajó al
comedor.
Desde la escalera, recorrió con la vista las mesas que a esa
hora ya empezaban a desocuparse. No estaba.
-Buenos días, disculpe-le dijo al conserje.
-Buenos días.
-¿No vió a mi señora? Estamos en la habitación 215.
-Sí, salió temprano, me preguntó por el camino más corto a la
playa. Yo le advertí que estaba muy ventoso, pero me dijo que a ella le gustaba
el viento del sur. ¿Quién entiende a las
mujeres, no?-el empleado le guiñó un ojo y siguió atendiendo a los turistas que
a esa hora hacían fila frente al mostrador de la recepción.
Había algo que no se contaba, una ausencia que era una sombra en esas vacaciones.
ResponderEliminarNo sé si el final abierto me permite ser optimista. Me da la impresión de que la mujer pretende hacer algo drastico consigo misma.
Bien contado.
O tal vez solo tratar de sobrellevar esa ausencia.
ResponderEliminarDebe ser algo muy difícil de sobrellevar ¿Verdad? Como siempre gracias por leer. Saludos.
ResponderEliminarNo se sabía que pasaba hasta ese párrafo. Pero evidentemente había una ausencia fuerte, algo que pesaba.
ResponderEliminarMuy buena forma de relato, intercalando el diario.
Beso!
Gracias Frodo!!!! Lo tenía escrito hace un tiempo, pero la realidad siempre me supera.
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