ACTO PÚBLICO
El mes de marzo se empecinaba en alargar el
sofocón de ese verano húmedo. Los maestros se estacionaban obedientes en la
escalera de acceso al Consejo Escolar. La oficina propiamente dicha era muy
estrecha, razón por la cual la gente debía esperar el inicio del acto público
en la escalera de acceso. Si no hubiera sido porque la luz era muy mezquina, se
habrían ido enterando de las novedades publicadas en las fotocopias que
jalonaban la pared. Pero como nadie veía nada, no había más remedio que
preguntarle ─una vez arriba─ al empleado de la mesa de entrada que al mediodía
ya estaba harto y contestaba cualquier cosa. La señorita Mabel se había
acercado al Consejo con la ilusión de conseguir una suplencia larga en alguna
escuela “potable” como le gustaba decir. Todavía no era titular, por lo tanto
aceptaba penosamente ese manoseo al que debía someterse: la fila ordenada en la
escalera, los retos como si fueran chicos, los empujones cuando llegaba cerca
del mostrador, el tortuoso seguimiento del listado, las impugnaciones de los
que estaban más desesperados que ella por un trabajo.
Ese día
el acto público se venía desarrollando con bastante fluidez. Había una
inspectora con mucha experiencia que allanaba las dificultades y cortaba de
raíz los conatos de discusión. La señorita Mabel estaba cuarta en el listado.
Había una escuela que le interesaba y como estaba a mitad de la escalera, es
decir, bastante lejos del sancta sanctorum donde se otorgaban los cargos,
intentaba agudizar el oído para dar el presente en cuanto la nombraran. Todos
estaban en la misma, por lo tanto habían bajado prudentemente la voz. Salvo
Cassiroto, el más conocido de los profesores de música del distrito.
─¡Más fuerte, desde acá no se oye! ─vociferaba
desde su lugar en la fila.
Nadie se explicaba qué hacía buscando trabajo
si ya tenía edad suficiente como para jubilarse. Cargaba con el sambenito de
muchos docentes varones del área de artística, es decir, se lo consideraba un perverso en potencia. Nunca
había tenido ninguna denuncia por abuso ni nada parecido, pero la gente lo
esquivaba si podía. La señorita Mabel no podía. Lo tenía pegado a ella en la
escalera oscura. Como era alto y flaco, a pesar de que estaba en escalón más
abajo, ella sentía el calor de su aliento justo en la nuca. Reprimió las ganas
de darse vuelta y decirle algo. Se aguantó, tampoco podía moverse. Trató de
despegarse todo lo que pudo, de tal suerte que la mujer que estaba un escalón
arriba agarró la cartera con las dos manos y le hizo notar su incomodidad. Mabel
estaba cercada. La respiración del hombre se hizo más sutil. No era evidente
para nadie, salvo para ella. Las exhalaciones de Cassiroto producían un arrullo
que al pasar por su glotis semi cerrada
creaba un clima de intimidad ajeno a los demás. La mujer lo ignoró todo
lo que pudo, pero, a los pocos minutos su propio ritmo respiratorio se acopló
al de su eventual compañero de ruta. El flujo sanguíneo se saturó de hormonas y
el bienestar se expandió, ligero, por todo su cuerpo. El hálito tibio del profesor la envolvió en
la frescura de la menta. La rigidez de su espalda fue cediendo y el cuello se acomodó en una
posición relajada. La cabeza descendió levemente. El cuero cabelludo de la
señorita Mabel se distendió bajo el efecto de un masaje etéreo. Ella entrecerró los ojos para entregarse mansamente a la
delicia del roce.
─Número cuatro en el listado:
Mabel Adriana Argucedo.¡ Argucedo! ¡Argucedooo! ─ El eco de la voz de la
inspectora resonaba en la escalera.
La señorita Mabel sintió un
estremecimiento repentino en la boca del estómago y, temiendo no llegar a
tiempo al llamado, acometió a los codazos haciéndose paso entre los asistentes
al acto público.
Es toda una situación que describís, la de disputar algo, condiciones incomodas, que no es una gran ambición, sino algo cotidiano. Algo que debería ser más alcanzable, obtenerse en condiciones hospitalarias. Revela toda una situación.
ResponderEliminarUn abrazo.
Son situaciones bien concretas, así es. Así funciona. Muchas gracias.
EliminarComo me sucede a mí ahora que vengo a comentar y el Demiurgo dice algo similar a lo que quería decir.
ResponderEliminarSobre el final parecía que la historia iba para un lado, y el eco de la voz de la inspectora despertó el cuento hacia el desenlace.
Beso!
Si. Yo me la imagino a la maestra llegar jadeando al mostrador. Muchas gracias.
ResponderEliminarSi. Yo me la imagino a la maestra llegar jadeando al mostrador. Muchas gracias.
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