EL ATUENDO DE UN MUERTO INVISIBLE
La doctora llegó temprano a la
salita del barrio. La señora de la limpieza estaba subida arriba del escritorio
tratando de colgar unas cortinas de color lila. Si uno las miraba de lejos, y
obviaba ciertas partes más descoloridas que otras, había que reconocer que los arabescos bordados le aportaban una
sobria elegancia al ventanuco del consultorio.
─ ¡Cuidado, qué se va a matar! ─Le advirtió la doctora.
─¡Qué va doc! Ya está. ¿Usted se quejaba de que se veía todo para afuera?
¡Dios aprieta pero no ahorca doctorcita!
Las donó una señora de la parroquia. Las trajo ayer ─dijo la mujer mientras
bajaba del escritorio.
─¡Pero quedan cortas!
─ Me extraña doc, ¡A caballo
regalado, no se le miran los dientes!
La doctora asintió con la cabeza y sonrió.
La frase le recordó el día en que su
madre, bajo el marco de la puerta del ranchito
en el que vivían, a contraluz y
con un paquete desmayado en los brazos, le había parecido la imagen viva de La
Pietá de Miguel Ángel.
─Tomá, ayudame ─le había dicho a la hija.
─¿Qué es?
─Abrilo vos.
La chica había puesto el paquete
prometedor sobre la cama. Era de papel madera, estaba unido en los
extremos con alfileres que tenían
bolitas de color en las puntas. Lo habían armado en la tintorería con
paciencia oriental. La piba había sacado los alfileres con cuidado y los había
puesto todos juntos en un cenicero de lata con la propaganda de aperitivo
Gancia. Había apartado las hojas del
papel y allí estaba el blazer de pana negra, estiradito y con las mangas
cruzadas por delante. Parecía el último
atuendo de un muerto invisible.
─¿Es cómo el que vos
querías, no? ─Se
había entusiasmado la madre.
─Sí ─había dicho la chica
mientras lo desabotonaba. Con evidente decepción había agregado─, ¡Tiene la marca de la plancha !
─Fijate, está nuevo,
es una pena no usarlo. Aparte que uno lo usa de noche cuando todos los gatos
son pardos ¿Quién se va a andar fijando? ¡Probátelo, probátelo! Las mangas
justitas, el talle, el largo. Y es
negro, combina con todo. Viene bien para media estación. Lástima la marca de la
plancha. Justo adelante. Pero si llevás la cartera medio de costado, la tapás.
¿Ves? así. Tendrías que tener una cartera con las tiras más largas. Tengo una
tejida al crochet aunque me parece que no pega. Pero bueno, a caballo regalado
no se le miran los dientes. Era de la hija de la patrona. Como no sabe nada de
nada, lo quiso alisar y le apoyó la plancha re caliente así nomás, sobre la
tela.
─Qué boluda.
Y así fue como el blazer de pana pasó a
integrar la lista de los objetos averiados
que madre e hija atesoraban a pesar de su inutilidad, como la licuadora con el vaso rajado o la lámpara
de pie que se torcía igual que una jirafa melancólica.
Al lado de todo eso, la cortina le pareció a
la doctora un verdadero primor.
Me agradó la doctora, a quein imagine joven, tal vez no mu alta, atraftiva, idealista. Y preocupada plr lo demas, ya que trabaja en la saliga de un barrrio y le dice a la empleada de limpieza qje tenga cuidado, para prevenir que s2 de ungolpe.
ResponderEliminarUn abrazo
Buen retrato. Gracias.
ResponderEliminarBuen relato Gra, el Demiurgo siempre agrega cosas desde su perspectiva que suman.
ResponderEliminarYo no me la imaginé así, tal vez porque el recuerdo me la llevó unas cuántas décadas hacia atrás.
Beso
Ambos son unos grossos. Gracias.
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