jueves, 12 de mayo de 2016



                                             Terremoto en Buenos Aires.



Todos sabemos que la realidad es un espejo donde nos miramos  Es por eso que cada uno ve aquello que  quiere ver.  Lo que no está tan claro es que eso que llamamos realidad no nos involucra solamente a los mortales.
Por supuesto que esta  información  es reservada. Algunos sucesos son inexplicables de no mediar la voluntad de entidades sutiles, que pueden materializarse a  su antojo.
Hay circunstancias extraordinarias en las que intervienen otros seres. Y no son fantasmas; no.
Se trata de deidades que pueden vivir en diferentes planos y para quienes el tiempo no existe.
Como todo el mundo tiene que revalidar sus títulos de vez en cuando, aunque más no sea para no perder la confianza en si mismo, es obvio que los dioses del Olimpo incursionan por estas playas más de lo que estamos capacitados para comprender.
Por esa circunstancia, si se quiere hasta burocrática, es que Zeus debió bajar hace unos años terrestres, que son algo así como un parpadeo cósmico.
Formó una familia. No era una novedad para él ya que lo viene haciendo desde el principio de los tiempos. Pero lo raro esta vez es que todos los integrantes-salvo él- eran cien por ciento humanos.
Como no quería parecer un fraude, no utilizó sus súper  poderes ya que temió que lo confundieran con un  especialista en efectos especiales, de esos que abundan últimamente en esta época de videojuegos y películas de alto presupuesto.
Así que se abstuvo de producir truenos, lanzar rayos y proferir maldiciones.
Su superioridad se manifestaba en actos más simples, y su crueldad tenía dimensiones acordes con las personas con quienes convivía.
Romper objetos queridos por sus hijos,  ciertas formas de humillación, golpes que no dejaban marcas, eran acciones cotidianas en las que se ejercitaba sin demasiado interés, justo es reconocerlo.
Su numerosa prole se multiplicaba y fue la mirada aterrada de su hijo más pequeño la que lo hartó de la obligación de dominar.
O tal vez fue el remoto recuerdo de su propio miedo.
Decidió tener piedad. También era un atributo de los dioses, después de todo.
En el preciso instante en que dejó de apalear al niño,  en que cedió a la tentación de la misericordia,  Cronos, el padre de Zeus, volvió de su destierro, y aprovechó ese momento de debilidad  para engullirlo.
Cronos devoraba  a sus hijos por un mandato ancestral, para evitar que se cumpliera una oscura profecía.
Era  la hora en que la mayoría de la gente volvía a su casa después de un día de trabajo.
 La Tierra  tembló, luego se abrió debajo de los pies de Zeus quien desapareció de a poco ante la mirada azorada de quienes lo rodeaban.
 Medido en términos terrestres, ocurrió en setiembre de 2015 y “este honrado padre de familia” como lo presentaron los medios de comunicación, fue la única víctima del terremoto en Buenos Aires.


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