miércoles, 17 de abril de 2019

EN TUS BRAZOS




 Habíamos pasado la mañana riendo con los chistes de un cómico de la radio. Nos reímos de la crisis económica, de la deuda externa, del presidente. Sobre todo del presidente.
   Vos me habías elegido una blusa azul francia y unos pantalones de tela ligera con florcitas ocres. Yo quería calzado cómodo, pero  fuiste  terminante: “Nada de pantuflas ─dijiste─ que eso es para gente enferma” . Yo me  puse mis mejores sandalias sin chistar.
   El almuerzo iba a ser un trámite. En realidad, se nos hacía agua la boca al pensar en las masitas con crema pastelera que siempre comprabas para  la hora del mate. Habías invitado a  las mujeres de la familia. A vos te gustaban esos encuentros cómplices. A mí también.
  Los dos platos de sopa humeante reposaban sobre la mesa, pero mis labios se empezaron a poner blancos.  Me llevaste a tu cama. Las piernas me respondieron ágiles como siempre, y eso te tranquilizó. Me acostaste y yo no podía inhalar el aire que vos alborotabas torpemente con mi abanico verde, el más lindo de todos. Y ahí estábamos, como al principio de nuestra historia pero al revés. Ahora era yo la que boqueaba  mientras  vos trazabas figuras raras sobre mi pecho e invocabas ángeles que yo no conocía.  Me desprendí del cuerpo  con suavidad y te vi, hija, arrodillada a mi lado dándome las gracias. Porque tu corazón supo que yo elegí una muerte íntima y luminosa para sellar ese amor tenaz que  todavía nos une.



  

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