domingo, 28 de abril de 2019

LANARI Y COMPAÑÍA



  ─No escuches el contestador ─dijo la señora de Lanari ni bien el hombre entró a la casa.
  ─¿Qué? ─El marido entró al recibidor, apoyó las llaves en la mesita de madera de guindo  y arrimó  el maletín contra la pared, sobre el piso─ ¿Qué dijiste?
  ─Que no escuches el contestador. ─Ella se interpuso entre el marido y el teléfono.
  ─¿ Me lo hacés a propósito? Dame el teléfono. ─El hombre empezó a aflojarse la corbata.
  ─No te conviene. ─La mujer seguía sin moverse
  ─No seas boluda, correte, ¿Para qué me lo dijiste? Te lo hubieras fumado vos sola ya que me cuidás tanto. ─Él la empujó y la apartó sin mayor esfuerzo.
  ─¡Encima la boluda soy yo! Ya no puedo más. Te lo dije, te advertí que esto iba mal. Mirá lo que tenemos que pasar ahora…Llamemos a la policía
  ─¿ Policía?  Dentro de poco la policía me va a venir a buscar a mí. Dejame escuchar. ─Lanari apretó el botón del contestador y una voz distorsionada atravesó el aire y le heló la sangre:

   “¿Viste lo que le pasó al hijo de puta de tu socio? Con vos va a ser peor”


   Duarte, el hombre de confianza del secretario del sindicato de la construcción lo había citado a Lanari en un café de mala muerte, frente a la estación de Ciudadela. Llegó antes que el empresario, con dos guardaespaldas que se ubicaron cerca de la salida. El sindicalista lucía una campera de cuero marrón, una chomba patito  y unos jeans planchados con raya. Se notaba que no andaba por las obras desde hacía décadas. Cuando entró Lanari, de traje, y todos los borrachines se dieron vuelta para escrutarlo, él se adelantó con un ademán protector. Su lenguaje corporal transmitía algo así como “Quedate al lado de mí, papá, que nosotros te protegemos siempre y cuando vos  te pongas” Duarte fue al grano. No tenía tiempo porque el gobierno había licitado muchas obras públicas y el trabajo se multiplicaba. El sindicato, siempre atento al bienestar de sus afiliados, no daba abasto.”Se la hago corta, Lanari. Le vamos a facilitar la terminación de la obra en Glew para que pueda cobrar. Como usted sabe, nosotros nos encargamos de contener a la familia del pobre compañero después del derrumbe …en fin, una desgracia. Su socio no nos interpreta. Pero quédese  tranquilo, entre nosotros seguro que vamos a arreglar un número que nos cierre a todos”.
  Lanari escuchaba a Duarte sin mirarlo, mientras revolvía su capuchino. Estaba acostumbrado a negociar con todos. Ése era el atributo más importante de los empresarios como él, que tanto podían construir un puente como importar baratijas para navidad. Sabía que no tenía ningún sentido hacerse el héroe republicano ni excusarse con la inminente bancarrota que estaba enfrentando. Cuando Duarte terminó de hablar, Lanari se paró y le dio la mano. Miró de reojo a los dos monos que se pusieron de pie como un resorte y encaró hacia la puerta del boliche con la sensación de estar dando un gran salto al vacío. Sin red.

  “Pensar que yo insistí para que nos casemos porque quería que me dijeran señora de Lanari y ahora me arrancaría el apellido como me arranco los pelos del cavado ojalá fuera tan fácil pero donde voy no me conocen así que vuelvo a ser yo como dice mi psicóloga seguro que ella estaría de acuerdo con que me raje ya y no siga esperando no sé qué milagro porque las cosas vienen mal desde hace tiempo y yo lo presentía igual para qué si no me da bola pero de ahora  en más me borro y empiezo de nuevo claro que voy a poder seguro todo el mundo puede si quiere y no me importa aunque tenga que trabajar de mesera en Amsterdam no se me van a caer los anillos ya llaman para embarcar adiós pampa mía”



miércoles, 17 de abril de 2019

EN TUS BRAZOS




 Habíamos pasado la mañana riendo con los chistes de un cómico de la radio. Nos reímos de la crisis económica, de la deuda externa, del presidente. Sobre todo del presidente.
   Vos me habías elegido una blusa azul francia y unos pantalones de tela ligera con florcitas ocres. Yo quería calzado cómodo, pero  fuiste  terminante: “Nada de pantuflas ─dijiste─ que eso es para gente enferma” . Yo me  puse mis mejores sandalias sin chistar.
   El almuerzo iba a ser un trámite. En realidad, se nos hacía agua la boca al pensar en las masitas con crema pastelera que siempre comprabas para  la hora del mate. Habías invitado a  las mujeres de la familia. A vos te gustaban esos encuentros cómplices. A mí también.
  Los dos platos de sopa humeante reposaban sobre la mesa, pero mis labios se empezaron a poner blancos.  Me llevaste a tu cama. Las piernas me respondieron ágiles como siempre, y eso te tranquilizó. Me acostaste y yo no podía inhalar el aire que vos alborotabas torpemente con mi abanico verde, el más lindo de todos. Y ahí estábamos, como al principio de nuestra historia pero al revés. Ahora era yo la que boqueaba  mientras  vos trazabas figuras raras sobre mi pecho e invocabas ángeles que yo no conocía.  Me desprendí del cuerpo  con suavidad y te vi, hija, arrodillada a mi lado dándome las gracias. Porque tu corazón supo que yo elegí una muerte íntima y luminosa para sellar ese amor tenaz que  todavía nos une.



  

  Convivencia   Nuestra unión fue atravesar el mar de la vida. Bebiendo el sol a veces, o arrancándonos las medusas de la piel...