sábado, 1 de julio de 2023


Mi experiencia en torno a “Montevideo” de Enrique Vila-Matas

              “Montevideo” propone el periplo de un autor con bloqueo que se regodea anunciando que ha dejado de escribir y que se nutre de lo mejor de la literatura y del cine como material para desarrollar su estilo. Como escribió Javier Aparicio Maydeu en el Decálogo metaliterario de Enrique Vila-Matas, “La materia literaria de su obra no es sino la literatura misma”.      

              Me entusiasmo con las primeras líneas que amagan con relatar las andanzas de un aprendiz de escritor por “la Paris de los destrozados”. Alguien hastiado por el vacío interior que lo acosaba en su ciudad natal. Sería esta una experiencia bastante común y digna de ser contada, porque ¿a quién se la habrá ocurrido proclamar que la adolescencia es una etapa feliz? Yo diría, más bien, que es un tiempo bien lleno de abismos. No obstante, me gusta la posibilidad de una novela sobre traficantes de drogas, siempre atractiva para el morbo, aunque me decepciono rápidamente.   Me pregunto por qué debo seguir con la incertidumbre de no entender la dirección de este no relato, o mejor, del relato shandy del que nada conozco, el significado de la palabra para empezar. Vuelvo al libro, tenso el músculo lector. Y, es entonces que mi modesta estructura literario-mental (Literatura vieja) se empieza a resquebrajar.

               Dentro del mar de citas de autores de los que nunca leí nada, brilla una llamita de esperanza porque encuentro algún concepto que me resulta familiar. Nadie puede aprender y disfrutar a menos que posea una idea previa en la que pueda, a modo de tierra fértil, sembrar algo nuevo. Y yo la encuentro felizmente.  No todo está perdido, porque sí leí “La puerta condenada” de Cortázar y también escuché hablar de las” Seis propuestas para el próximo milenio” y sé la importancia que tuvieron para la evolución del cine los Cahiers du Cinemá. No estoy a ciegas, después de todo. Dos coincidencias más vienen en mi ayuda.  Vila-Matas confesó que no pudo con Rayuela ni con la Maga. ¡Y yo tampoco! Además, también cierro la puerta de una habitación de mi casa poco frecuentada, salvo por la una presencia de la cual nada quiero saber.

              Avanzo en la lectura desmalezando el bosque de mi ignorancia, como Tabucchi abriéndose paso en “una selva de bebedores” convocados en una fiesta en Barcelona. No es suficiente aún. Nunca leí a Tabucchi y acabo de citarlo como si fuera una experta. Entiendo que debo esforzarme un poco más. Ir al hueso de Montevideo, porque si es cierto que toda experiencia es digna de ser contada, entonces el vacío, el no escribir, aquello que Vila-Matas no asocia nunca al ocio creativo, también es digno de mostrarse. Voy en busca de Melville y su “Bartleby, el escribiente”. El “Preferiría no hacerlo” me indigna, me irrita, aunque no tanto como la paciencia de su jefe. Y tomo conciencia de la enorme veta literaria del asunto. Un libro sobre las renuncias.

             "Montevideo" no es una novela que pueda aburrir contándolo todo, como decía Voltaire, porque no da cuenta de un relato tradicional, su materia “es” la propia literatura. Y es cierto que esta obra se despliega desde lo nodal (la no escritura) a la periferia y exige que deje el texto y vaya a buscar la película de Herzog y me maraville con esos artistas de la cueva de Chauvet cuyas obras soterradas nos hablan más del Homo Spiritualis que del Homo Sapiens. ¿Es acaso Montevideo un ensayo sobre el paleolítico? No, pero la “Cueva de los sueños perdidos” nos habla más de nuestra naturaleza y nos conmueve más que muchas novelas. Ahora entiendo la razón por la que Vila-Matas nos habla de ella.

              Tal vez haya que encarar la lectura de esta no ficción, o ficción-ensayo con espíritu shandy, (ahora sé lo que significa) y simplemente dejarse llevar y disfrutarla. Recorrer las calles tranquilas de Montevideo tomando parte en la contienda entre el autor y los integrantes de La Asociación de Presuntos. Aceptar mansamente el cuestionamiento sobre el origen   rioplatense del tango, o, lo que le resulta francamente doloroso a mi etnocentrismo:  considerar al Río de la Plata desde la perspectiva de la orilla oriental, es decir, sin referencia alguna a Buenos Aires, nuestra ciudad reina. Por momentos, confieso, hubiera preferido no seguir leyendo. De haberlo hecho, me hubiera perdido el recorrido penoso por la Bogotá de los desencuentros, la Suiza de las bibliotecas con momias, los bares con párrocos parlanchines y las islas caribeñas habitadas por arañas conspirativas. También los infiernos con maletas rojas, de esos que invitan a elevarnos (Dios salve a Madeleine Moore)

             Dijo el autor en un reportaje: “Mi obra te gusta mucho o nada, sin medias tintas”. La lectura y la modesta búsqueda que puso en marcha no me habilita aún para ubicarme en ninguna de estas dos categorías. Sin embargo, y dado que Enrique Vila-Matas desarrolló una taxonomía de cinco casillas para clasificar a quienes escriben, me atrevo a proponer una sexta destinada a los aprendices de escritores que agradecemos las complejidades de “Montevideo”. Entro con decisión en esta casilla y cierro la puerta.


  Convivencia   Nuestra unión fue atravesar el mar de la vida. Bebiendo el sol a veces, o arrancándonos las medusas de la piel...