La ciudad equivocada
Oigan señores lo que digo, el dueño de esta capa
busca su lengua por el río.
Liliana Bodoc, Memorias
impuras
Me resulta doloroso destronar a la Reina del
Plata, la ciudad donde nací. Es la conclusión lógica de mi trabajo, la búsqueda
incesante de la verdad. A veces me
abruma el peso de la misión que me impuse y caigo en el desánimo. Llego a creer
que José no existió y que no vale la pena seguir investigando y arriesgar mi
prestigio de historiadora y hasta mi vida por un espectro deshilachado en el
tiempo.
¿Quedarán testimonios de la Comarca
Alada? He visto documentos que proyectaban un destino de gloria para la ciudad
ambarina, pero ¿por dónde empezar a buscar sus cimientos, en qué valle, sobre
qué ladera? En cambio, la altivez de Cuzco sí que existe. Yo sé que debajo del
barniz mundano subyace, latente, el plan maestro de la revolución que aún no
fue.
Mi convicción se afirma en el estudio. Pasé
mucho tiempo hurgando viejas actas en el silencio amurallado de los archivos.
Aprendí a leer el clamor de la tierra opacado por la jerga venal de los
leguleyos. Y también sé que el hombre que me obsesiona vivió lo suficiente como
para activar el mandato del Sol. José de Balbastro y Cápac era mestizo en los
papeles nomás. No tenía ni una gota de sangre que no fuera americana. He soñado
con su perfil de guerrero y con el voluptuoso curso de su cabello.
La madre de José descendía de Atahualpa. La
habían casado a los trece años con un Virrey enclenque para frenar la
sublevación de los pueblos que amenazaban con bajar a Lima. Ella se vengó
eligiendo al padre de su hijo entre los machos más recios de su estirpe. “Están
ciegos” susurraba la princesa al lado de la cuna. Fue ella quien inició al niño
en el arte de la simulación; a su tiempo, lo instruyó sobre el secreto que aún
guardan las montañas. Luego se hizo monja para vivir en la lisura de un
convento. Yo estuve en su celda, respiré su aire, liberé su memoria.
José creció entre hidalgos y curas, y cuanto más adaptado al latín y a
los buenos modales, más dispuesto estaba a torcer el destino de su pueblo. El
nuevo rey de España, que también era un verdadero líder, quiso conocerlo y
hacia Madrid se fue mi José ¿Cómo no sospechaste que el mar sería tu sepulcro?
Yo también conozco el secreto
manchado de sangre. En las entrañas de la Cordillera late el potencial de la
fortita, un metal único por sus propiedades. Se sabe que es producto del
enfriamiento del universo, diez mil millones de años después del Big Bang. La
fortita fue descubierta de manera casual cuando los pueblos originarios de
Sudamérica buscaban minerales para usos sagrados y es posible que el control de
esos yacimientos fuera la causa principal de la expansión del Tahuantinsuyo. A
la llegada de los españoles los Incas lo estaban probando para la producción de
armas y utensilios de labranza. Los sucesos de Cajamarca y la posterior caída
del Imperio truncaron los planes. Hay evidencias de que la fortita podría
dinamizar notablemente la exploración espacial en curso.
Ahora
mi tesis tiene el respaldo que buscaba. Ya puedo empezar a escribir sobre el
fraude más grande de la Historia. José de Balbastro y Cápac conocía el secreto
de la fortita, y confiaba en Carlos III, el rey alquimista. La dinastía de los
Borbones había tomado el poder en España a comienzos del siglo XVIII. Los
nuevos monarcas eran portadores de ideas innovadoras. Proyectaban dividir el
inmenso territorio americano, fundar nuevas ciudades en puntos estratégicos,
terminar con la corrupción de los funcionarios que eran reacios al control y a
la decencia. José tenía una propuesta para Carlos III: la creación de un nuevo virreinato sustentado
en la potencia de la fortita, la roca prodigiosa. Había proyectado una nueva capital, la
Comarca Alada, un enclave moderno en el corazón de la cordillera de los Andes
llamado a ser el centro de un imperio industrial. José había estudiado el
proyecto de un joven patriota del sur y proponía un gobierno mixto, con fuerte
presencia local. Carlos III lo esperaba para diseñar juntos el futuro.
El verdadero poder jamás admite cambios, y
nunca pierde. Las logias activaron sus ritos nocturnos; los matones de El
Pórtico ejecutaron sus órdenes. José Balbastro y Cápac se embarcó una mañana en
las costas acantiladas del Pacífico. La navegación despejó sus dudas. Se sabe
que terminó de escribir un plan operativo y que esa noche aciaga festejó
bebiendo un vaso de chicha. Luego, las convulsiones lo tumbaron. José se moría;
los labios blancos, los ojos negros sublevados. Su cuerpo, luz ancestral,
doblegó el ímpetu de las olas que lo acogieron.
Algún día iré y arrojaré flores en el mar, mi querido. Por lo pronto,
debo escribir para redimir el orgullo andino de tu capital malograda, porque
los dueños del mundo ya tenían sus telares y sus trenes y sus huestes
miserables. Les urgía controlar nuevos mercados y no iban a permitir que ninguna
Comarca Alada hiciera prosperar a tu gente. Sí, así se concretó el fiasco más
grande de la Historia. Buenos Aires, la ciudad equivocada, fue ungida como
capital del nuevo virreinato.
Los
asesinos de El Pórtico vienen por mí, pero yo debo llevarme la última imagen de
mi tierra antes del exilio, ¡qué precio tan alto debo pagar!
Desde
el río, la vista es deliciosa.