domingo, 20 de noviembre de 2022

 

Un potrero en la quebrada

 

“Quiero dar vuelta a la historia”

Paolo Maldini


 

Oliveira no daba puntada sin hilo. Después de ese partido en el que le bloquearon el tobillo y sintió el crujido en la rodilla por la rotura del ligamento cruzado, entendió que su salvación estaba fuera y no dentro de una cancha. Se dedicó a entrenar las inferiores con más astucia que oficio. Nadie lo igualaba en eso de descubrir a los jugadores distintos. Se las arreglaba para detectar picaditos en cualquier lugar. Por ejemplo, en medio de un pueblo con una sola calle prendida a la montaña, surtida de tapices y con el olor blando de la lana de oveja. Sin apartar la vista del potrero que estaba al lado de una escuelita, Oliveira le dijo a su mujer:

          ─Mirá a ese pibe.

           ─Ya lo vi.

           ─El de amarillo.

           ─Ya sé.

          ─Es un fenómeno, cuando terminen, voy a ubicar a los padres y…

           ─Estamos de vacaciones, ¡la puta madre!

           ─Es un minuto.

En el campito polvoriento, el puntero izquierdo dejó pagando al marcador y desbordó hasta el fondo. Tiró el centro atrás. Fue cosa de segundos y el pibe de amarillo que metió una diagonal por derecha arrastrando a dos defensores. Le pegó de aire con la zurda y la pelota se le metió al arquerito por el palo derecho con un efecto raro, de esos que provocaba el Diego. Un tiro imposible para cualquiera que no tuviera madera de crack. El árbitro, un hombre panzón de camisa celeste, señaló el centro de la cancha. Ni bien sacaron del medio, los del equipo del chico de amarillo ─todos con camisetas distintas, o sea, era difícil saber quién jugaba contra quién─, recuperaron la pelota. Alguien gritó ¡Dásela al Facu! Y entonces el chico de amarillo la paró de pecho bien sobre la raya y meta caño y gambeta fue apilando muñecos. En la puerta del área se la jugó mano a mano con el arquero que estaba con la sangre en el ojo y aprovechó para bajarlo al pibe sin disimulo ni saña. Penal. El Facu acomodó la pelota, esperó la orden. Retrocedió cuatro pasos y se desplazó un poco hacia el costado. Miró al palo derecho del arquero, alzó la ceja. Tomó carrera y ni bien el arquerito se perfiló hacia ese lado, le pegó de lleno con el empeine. Fuerte y limpio, el tiro rozó el palo izquierdo y fue a dar contra la red. Los compañeros del Facu estallaron de alegría y lo llevaron en andas hasta el círculo central.

 Los ojos del pibe, de un verde insólito, brillaban de júbilo. Si hubiera usado turbante, lo habrían confundido con un poblador de las montañas de Afganistán. Pero los cerros que rodeaban su pueblo eran más amigables. Compartían los tonos ocres de sus rocas con las casas y la comida de la gente.

           ─Usted sabe que este chico tiene un don especial. En Buenos Aires puede llegar a ser un gran jugador─ Oliveira ubicó al padre y le costó bastante convencerlo: tres viajes a la quebrada y la promesa de cuidarlo como a un hijo.

           Al Facu lo instalaron con otros chicos en una pensión blanca y ordenada.  Entrenamiento a la mañana, escuela a la tarde y gimnasio tres veces por semana. El resto era dormir y penar. El día del examen físico para la inscripción oficial lo despertaron muy temprano. Lo vinieron a buscar a él y a tres chicos más de la pensión.

          El viaje en tren fue tranquilo, pero en la escalera mecánica del subte, Facu se tropezó. Los compañeros lo cargaron sin piedad. La sangre le subió a la cara y aguantó con los dientes apretados. Entraron al vagón y lo dejaron en paz. En la estación siguiente subió una mujer embarazada. Vendía curitas. Tenía el cuello muy largo y se le notaban todos los huesos de la cara, como si no tuviera carne. Facu no le podía sacar la vista de encima. Ella se fastidió y le sacó la lengua. Otra vez las risotadas de sus compañeros, otra vez la vergüenza. En su pueblo nunca había visto una señora así, tan sola y tan pobre. 

           Cuando salieron de la estación, el tránsito alterado del Centro lo aturdió. Enseguida entraron a un hospital enorme y lleno de gente haciendo filas en los pasillos. Le extrajeron sangre. Fue el último en entrar y se mareó, pero no dijo nada y solamente salió tanteando la pared para no caerse. Después le hicieron una placa de tórax y se puso nervioso porque no sabía dónde dejar su ropa y el radiólogo que lo apuró y que le dijo “Esperá acá” y el chico que dudaba entre vestirse o quedarse así. Después de un buen rato el tipo volvió a aparecer ─”¿Todavía no te vestiste?”─ y le entregó la radiografía con la orden de llevársela al médico que le iba a hacer la revisación.

          Facu salió de la sala de rayos y ya no supo para qué lado caminar. No veía a nadie conocido. Llegó hasta el hall del viejo hospital. No estaba seguro de haber pasado por ahí antes. Subió y bajó las escaleras de mármol gastado varias veces. Miraba las flechas que ordenaban el tránsito resignado de la gente pero que no tenían sentido para él. El tiempo pasaba y cada minuto se asustaba más. Salió por una puerta enorme que daba a un lateral del edificio.  En una especie de vereda amplia, había andamios y materiales de construcción, pero nadie estaba trabajando. Se sentó en el piso, rodeó sus piernas fibrosas con los brazos y hundió la cara entre las rodillas. Estaba enojado y triste.  Lloró mucho.

          ─ Seguro que Oliveira me manda de vuelta…

Pasó media hora así, sin saber qué hacer.

          ─ ¡Acá está, acá está! ¿Dónde te habías metido boludo? ─Los otros chicos gritaban y se reían.

           Se paró de un salto.

           ─ ¡Ehhh viejo, por fin!  ¿Tanto tiempo tardaron? ¿Cuándo nos vamos a comer? ¡Estoy cagado de hambre! ─ dijo Facu mientras esquivaba la mirada del entrenador.

           El Facu, con cara de ofendido y el mentón bien arriba, pasó sacando pecho entre todos como un delantero después de meter el gol olímpico de su vida en tiempo de descuento. 

Oliveira primeo respiró con alivio y después tuvo la certeza de que no se había equivocado.

 

 

 

 

 

lunes, 21 de marzo de 2022


VARENIKES AMARGOS
En "Fabulosas" antología seleccionada por Silvia Vázquez.



 


 VARENIKES AMARGOS

 Los vecinos le comunicaron a Carmen que debía empacar las cosas de Irina, la mujer que había vivido toda la vida en la casa lindante con la suya. Y no solo eso, ninguno de ellos estaba autorizado a ayudarla.

Dejá las cajas en la puerta, nomás. Ya arreglamos con el Ejército de Salvación.

¿Con quién?

No importa. La Rusa dejó todo por escrito

            La vida de ambas había estado ligada por una especie de antipatía sin razón. Ni siquiera estaban separadas por alguna oscura rivalidad ancestral. Irina que era capaz de escupir a quien la confundiera con una rusa, odiaba a Stalin porque había hambreado a los campesinos ucranianos varias generaciones atrás. Carmen era capaz de irse a las manos si alguien hablaba mal de Franco, el Generalísimo, y todo porque los Republicanos habían desparramado los huesos de una tía suya que había sido monja. Y porque se habían dejado fotografiar, sonrientes, al lado de sus despojos sobre las escalinatas de un convento en Toledo. Las dos mujeres, sin embargo, habían nacido en el Conurbano, en casas con terrenos largos, donde brotaban zapallos entre los yuyos. Las dos se habían quedado solas. Sobre todo después de la muerte de Manuel, el marido de Carmen.  Sabían, de una manera difusa, que se tenían la una a la otra.   

            Lo que pasa es que la Rusa me tuvo envidia toda la vida.

            Carmen se levantó temprano. Tomó unos mates en el fondo, mientras hacía que buscaba hormigas. No iba a ser un día como cualquier otro. Tenía las llaves del cielo en el bolsillo del delantal. Iba a entrar al santuario de la muerta, el lugar que le fue siempre negado. ¡Qué placentero resultaba descubrir sus secretos!

            La cuadra estaba desierta. Ella tuvo la sensación de estar cometiendo un delito. La llave entró sin problemas en la cerradura bien aceitada.  El olor a encierro le provocó rechazo.

Y claro, toda la vida con las ventanas cerradas, a oscuras, como gata mala.

            Levantó las persianas. Unos tubitos de luz atravesaron el aire lleno de pelusas. Sobre el sillón ajado resplandecían unos almohadones con fundas de algodón blanco, primorosamente bordadas con guardas rojas y verdes. En las paredes, fotos de Irina niña, con una corona de flores en la cabeza y cintas de seda cayendo sobre el pelo rubio. La mujer amontonó en una caja la vajilla escasa y las ollas. Recordó la única ocasión en que Irina había sido amable y la había pasado un plato de varenikes de papa por encima del alambrado. Había sido el primer domingo después del infarto mortal de su marido.

Carmen siguió con el dormitorio. Pilas y pilas de manteles y carpetitas repetían los diseños coloridos del comedor. Guardó todo en bolsas.  Después recorrió los muebles con la vista por si se olvidaba algo y lo vio. Sobre la mesita de luz, el portarretrato enmarcaba la foto de Manuel tumbado sobre los almohadones del viejo sillón, radiante, con una expresión que ella no le conocía. Feliz.

             

             

           

 

 

 

 

 

 


lunes, 14 de febrero de 2022

 

LA DESPEDIDA DEL BÚHO
 

 


Celeste:
               Me cansé de que no respondas las llamadas y le pedí la compu a Guillo para escribirte porque la mía se murió. Sí, como si tuviera pocas cosas que arreglar gracias a vos.

              Es muy raro no saber dónde estás. Me desconcierta. Supongo que estarás bien, las malas noticias llegan volando. Igual es un bardo que tu hijo no sepa por donde andás. Que no me digas a mí, bueno, lo entiendo. Pero a Guillo… me tendrás confianza como padre, ¿viste?, en el fondo no soy tan basura.

              Te quería avisar que mandé a Luis, el pintor, para que arregle la humedad en la cocina del departamento. Esa es otra. Yo no tenía problema en dejarte la casa, pero vos, no sé, te pusiste terca. Y bueno. Cuando puedas decime dónde guardabas la aspiradora. La señora que viene a limpiar no la encontró. Y la tabla de planchar. Guillo dice que la ropa ya no se plancha. Será la ropa que usa él, porque a mí los pantalones me gustan con la raya bien marcada. Bueno, creo que eso es todo.

             ¿Te fuiste a Mar del Plata?  Ojo con salir a correr por la rambla con este frío. Ahora que estás a tus anchas, te despertarás a la madrugada y no tendrás que esperar a que yo me levante   para empezar el día. ¿Cómo era eso? Ah, sí. Lo del búho y la alondra. Qué loco. Ya fue. Eso no era lo que importaba. Veinticinco años no se tiran por la borda por esas boludeces. Pero vos los tiraste y yo no lo vi venir. Te juro que no. No me diste tiempo, se nota que lo tenías recontra estudiado y que yo estaba en otra cosa. Como siempre. No digo que te fuiste por eso. Me imagino muchas cosas más. “Guillo ya es un hombre”, dijiste. Y la verdad que no, que parecemos dos tarados en la sobremesa sin saber qué decirnos. Eso fue los primeros días. Veremos si nos acomodamos de a poco. Ahora cenamos sin mirar la tele y eso que yo tengo que estar informado. Ponemos música como a vos te gusta. Te hicimos caso. Te tengo que dar la derecha en eso. En la cuestión de la política no. Me sacó mucho tiempo, pero vos sabés que es mi pasión. Soy un militante y cuanto peor me va en las urnas más empeño pongo en el trabajo con la gente, escuchando sus reclamos, estando en la calle. Entiendo tu cansancio, pero no lo comparto. A mí también me costaba hacer mi vida sabiendo de tu hartazgo. Llegar tarde entusiasmado por una reunión y no tener con quien compartir nada porque vos ya estabas dormida. Nunca te interesó esa parte de mí y resulta que es lo mejor que tengo. Veinticinco años es mucho tiempo. Yo también estoy cansado. Igual, te agradezco la paciencia. Hiciste un buen trabajo con nosotros. ¡Qué ironía! Justo vos que te quejabas de no tener una carrera. Tenías razón. Ahora podés ser lo que quieras. Te sobra capacidad aunque no sepas bien cómo seguir. Por lo menos eso es lo que me dijiste antes de irte. Lo que sí sabés es que ya no me querés a mí. De eso no tenés duda. Cuando me lo dijiste casi me muero ¿Te acordás cómo me subió la presión? Pero ahora creo que yo tampoco te quiero así, como antes. O como nunca. Después de todo ¿Qué es querer? Si es desear el bien del otro, y afligirse si le va mal, bueno, entonces te sigo queriendo. Así como quiero y me intereso por los que más necesitan asistencia. Así como quiero a mis compañeros de lucha.  Pero si amar es más que eso, ahí no estoy tan seguro de amarte. Yo no podría renunciar a quien soy. Vos renunciaste a tu vida por mucho tiempo y fue noble, y te valoro y admiro por eso.  Espero que encuentres algo que te apasione. ¡Solo te pido que no te pases a la contra! Es un mal chiste, no me hagas caso.

     Quien te dice que la alegría era otra cosa y que la descubrimos cada uno por su lado. Yo espero mucho de la vida, ojalá a vos te pase lo mismo. Contá conmigo siempre.

                               

                                                                          Abrazo de tu ex, el búho.

  Convivencia   Nuestra unión fue atravesar el mar de la vida. Bebiendo el sol a veces, o arrancándonos las medusas de la piel...