TU HUERTA
JARDÍN
A la memoria de Beba Muiño, mi mamá.
La tierra seca es más obstinada que la memoria.
Con el tiempo,
las imágenes se disipan y ya no sé
si algo es verdad.
O lo
inventé.
El suelo está compacto, sin el agua
que le
negamos por llorarte.
El pasto se
agarra tan necio.
No hay poder
que lo mueva.
Dar vuelta las macetas y moler los terrones.
Eso.
Hace falta la
voluntad
que yo no
tengo.
Polvo
marchito y yuyos.
La tormenta
explota y riega los tallos muertos
como vos.
La azada de
metal es tu mano
saludándome
por las
tardes.
Escarbo entre las piedras caprichosas.
¿Cómo habrán
llegado ahí?
La azalea
respira, la glicina se yergue. Agradecen.
La araucaria
no está sola, pobrecita.
Yo sí.
Malvones
anticuados.
De jardines
y de gentes que partieron.
Blancos,
rojos.
No me animo a desterrarlos.
Siguen su
ordinaria vida.
Un limonero
joven,
desorientado en la altura.
Me ilusiono
con él,
insensata.
Un cerezo agobiado
de ausencia.
Y yo soñando
con sus flores blancas
de postal
japonesa.
Semillas.
Dispersas
sin orden en la grava.
En el humus.
Diminutas,
volátiles
¿Sabrán su
oficio?
Incrédula
mujer,
me reprocho.
Abono y
agua.
Tiempo de
espera.
La tierra es
mi amiga ahora.
Sin agravios.
Giro con ella, y espero,
con fe.
Con la fe
que había perdido.
Brotes, apenas promesas.
Un poco más
de sol.
Dos hojitas.
Todo un
mundo nace de ellas.
Iguales.
Los días las
separan
y ya no se
parecen.
Las de tomate
pavonean
sus bordes aserrados.
Las de
acelga, tan simplonas.
Humildes, cotidianas.
El cilantro
se complace en confundirme.
El eneldo
¡Tan sutil!
Los melones
avanzan,
en guerra
ancestral
por el
espacio.
Lavandas y
caléndulas
mezcladas
por ahí,
guardianas
eternas del polen.
Un girasol
mercenario
perdió su
brújula.
Las arvejas
se enderezan y suben,
como el
miedo en mi cuerpo.
La albahaca
perfuma,
como tu
recuerdo.
De la poda
sobrevive
un gajo del
rosal.
Igual que
los naipes,
confía en la
fortuna.
La regadera,
incapaz, mezquina,
ignora la
flojera
de las ramas.
Las abandona
a su suerte.
¡Pronto, que
avanza el mediodía!
Y un
manantial citadino
arrolla en la manguera,
torpe,
igual que los
pies de un adolescente
que ha
crecido sin saberlo.
Las lechugas
agitan
promesas de
un lago verde.
Los
cebollines ensayan su esgrima
y se
quiebran en lo alto.
Simientes en
letargo,
como la
revolución,
recelan sus
nativas latitudes.
Y me
castigan, como el destino.
Quién sabe
si laten en lo oscuro,
hasta plegarse sobre sí mismas
y morir de sed.
El consuelo
de la noche
compone y
tonifica.
Un gato, del
color maldito,
negado tres
veces,
retoza en
los bancales,
vengativo.
Se desquita,
se solaza
en el
bálsamo del silencio.
Duerme en los surcos indecisos
Y profana
esta huerta
jardín
que ha
salvado del olvido
tu
presencia.
Excelente, te felicito y la beba debe estar orgullosa
ResponderEliminarMuchas gracias, hermanito.
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