miércoles, 4 de agosto de 2021

 

TU HUERTA JARDÍN

                                              A la memoria de Beba Muiño, mi mamá.




La tierra seca es más obstinada que la memoria.

Con el tiempo, las imágenes se disipan y ya no sé

si algo es verdad.

O lo inventé.

 

 El suelo está compacto, sin el agua

que le negamos por llorarte.

El pasto se agarra tan necio.

No hay poder que lo mueva.

 Dar vuelta las macetas y moler los terrones. Eso.

Hace falta la voluntad

que yo no tengo.

 

Polvo marchito y yuyos.

La tormenta explota y riega los tallos muertos

como vos.

La azada de metal es tu mano

saludándome

por las tardes.

 

 Escarbo entre las piedras caprichosas.

¿Cómo habrán llegado ahí?

La azalea respira, la glicina se yergue. Agradecen.

La araucaria no está sola, pobrecita.

Yo sí.

 

 

Malvones anticuados.

De jardines y de gentes que partieron.

Blancos, rojos.

 No me animo a desterrarlos.

Siguen su ordinaria vida.

 

Un limonero joven,

 desorientado en la altura.

Me ilusiono con él,

insensata.

Un cerezo agobiado de ausencia.

Y yo soñando con sus flores blancas

de postal japonesa.

 

Semillas.

Dispersas sin orden en la grava.

En el humus.

Diminutas, volátiles

¿Sabrán su oficio?

Incrédula mujer,

 me reprocho.

Abono y agua.

 

Tiempo de espera.

La tierra es mi amiga ahora.

Sin agravios.

 Giro con ella, y espero,

con fe.

Con la fe que había perdido.

 

 Brotes, apenas promesas.

Un poco más de sol.

Dos hojitas.

Todo un mundo nace de ellas.

Iguales.

 

Los días las separan

y ya no se parecen.

Las de tomate pavonean

 sus bordes aserrados.

Las de acelga, tan simplonas.

Humildes, cotidianas.

 

El cilantro se complace en confundirme.

El eneldo ¡Tan sutil!

Los melones avanzan,

en guerra ancestral

por el espacio.

 

Lavandas y caléndulas

mezcladas por ahí,

guardianas eternas del polen.

Un girasol mercenario

perdió su brújula.

 

Las arvejas se enderezan y suben,

como el miedo en mi cuerpo.

La albahaca perfuma,

como tu recuerdo.

 

De la poda sobrevive

un gajo del rosal.

Igual que los naipes,

confía en la fortuna.                                

 

La regadera, incapaz, mezquina,

ignora la flojera

de las ramas.

Las abandona

a su suerte.  

 

¡Pronto, que avanza el mediodía!

Y un manantial citadino

 arrolla en la manguera,

torpe,

igual que los pies de un adolescente

que ha crecido sin saberlo.

 

Las lechugas agitan

promesas de un lago verde.

Los cebollines ensayan su esgrima

y se quiebran en lo alto.

 

Simientes en letargo,

como la revolución,

recelan sus nativas latitudes.

Y me castigan, como el destino.

Quién sabe si laten en lo oscuro,

 hasta plegarse sobre sí mismas

 y morir de sed.

 

El consuelo de la noche

compone y tonifica.

Un gato, del color maldito,

negado tres veces,

retoza en los bancales,

vengativo.

Se desquita, se solaza

en el bálsamo del silencio.

 Duerme en los surcos indecisos

Y profana

esta huerta jardín

que ha salvado del olvido

tu presencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

  Convivencia   Nuestra unión fue atravesar el mar de la vida. Bebiendo el sol a veces, o arrancándonos las medusas de la piel...