Último adelanto de mi libro antes de la presentación el 2 de Noviembre a las 16 hs en Islas Malvinas 2982, San Andrés.
jueves, 31 de octubre de 2019
sábado, 10 de agosto de 2019
.: Entrevistas: Graciela De Mary : “ Escribir fue una...
.: Entrevistas: Graciela De Mary : “ Escribir fue una...: Es de San Martín desde siempre…Tiene un blog que se llama “Desde el Conurbano” en el que figuran algunos de sus cuentos. Graciela pre...
El portal de Nicasia

Empezaron sacando los toldos, y los negocitos cercanos a la estación se afearon hasta morir de la vergüenza. Luego fueron por el puesto de tortilla asada, que se obstinaba en aromar la vuelta a casa de los changarines.
Cuando los inspectores grises y los policías azules le leyeron a doña Nicasia sus ordenanzas impías, ella dejó de tejer, levantó la manito bulbosa como el jengibre, y les señaló la línea de la vereda. Sus bolsas, fragantes de limones y especias, ocupaban un portal estrecho al que no llegaban las leyes del municipio.
─Compremé unos ajitos ─.El pregón de la señora se pegó a las orejas de los hombres que se fueron bufando de la rabia
domingo, 28 de abril de 2019
LANARI Y COMPAÑÍA
─No escuches el contestador
─dijo la señora de Lanari ni bien el hombre entró a la casa.
─¿Qué? ─El marido entró al
recibidor, apoyó las llaves en la mesita de madera de guindo y arrimó
el maletín contra la pared, sobre el piso─ ¿Qué dijiste?
─Que no escuches el contestador.
─Ella se interpuso entre el marido y el teléfono.
─¿ Me lo hacés a propósito? Dame
el teléfono. ─El hombre empezó a aflojarse la corbata.
─No te conviene. ─La mujer
seguía sin moverse
─No seas boluda, correte, ¿Para
qué me lo dijiste? Te lo hubieras fumado vos sola ya que me cuidás tanto. ─Él
la empujó y la apartó sin mayor esfuerzo.
─¡Encima la boluda soy yo! Ya no
puedo más. Te lo dije, te advertí que esto iba mal. Mirá lo que tenemos que
pasar ahora…Llamemos a la policía
─¿ Policía? Dentro de poco la policía me va a venir a
buscar a mí. Dejame escuchar. ─Lanari apretó el botón del contestador y una voz
distorsionada atravesó el aire y le heló la sangre:
“¿Viste lo que le pasó al hijo
de puta de tu socio? Con vos va a ser peor”
Duarte, el hombre de confianza
del secretario del sindicato de la construcción lo había citado a Lanari en un
café de mala muerte, frente a la estación de Ciudadela. Llegó antes que el
empresario, con dos guardaespaldas que se ubicaron cerca de la salida. El
sindicalista lucía una campera de cuero marrón, una chomba patito y unos jeans planchados con raya. Se notaba
que no andaba por las obras desde hacía décadas. Cuando entró Lanari, de traje,
y todos los borrachines se dieron vuelta para escrutarlo, él se adelantó con un
ademán protector. Su lenguaje corporal transmitía algo así como “Quedate al
lado de mí, papá, que nosotros te protegemos siempre y cuando vos te pongas” Duarte fue al grano. No tenía
tiempo porque el gobierno había licitado muchas obras públicas y el trabajo se
multiplicaba. El sindicato, siempre atento al bienestar de sus afiliados, no
daba abasto.”Se la hago corta, Lanari. Le vamos a facilitar la terminación de
la obra en Glew para que pueda cobrar. Como usted sabe, nosotros nos encargamos
de contener a la familia del pobre compañero después del derrumbe …en fin, una
desgracia. Su socio no nos interpreta. Pero quédese tranquilo, entre nosotros seguro que vamos a
arreglar un número que nos cierre a todos”.
Lanari escuchaba a Duarte sin
mirarlo, mientras revolvía su capuchino. Estaba acostumbrado a negociar con
todos. Ése era el atributo más importante de los empresarios como él, que tanto
podían construir un puente como importar baratijas para navidad. Sabía que no
tenía ningún sentido hacerse el héroe republicano ni excusarse con la inminente
bancarrota que estaba enfrentando. Cuando Duarte terminó de hablar, Lanari se
paró y le dio la mano. Miró de reojo a los dos monos que se pusieron de pie como
un resorte y encaró hacia la puerta del boliche con la sensación de estar dando
un gran salto al vacío. Sin red.
“Pensar que yo insistí para que
nos casemos porque quería que me dijeran señora de Lanari y ahora me arrancaría
el apellido como me arranco los pelos del cavado ojalá fuera tan fácil pero
donde voy no me conocen así que vuelvo a ser yo como dice mi psicóloga seguro
que ella estaría de acuerdo con que me raje ya y no siga esperando no sé qué
milagro porque las cosas vienen mal desde hace tiempo y yo lo presentía igual
para qué si no me da bola pero de ahora
en más me borro y empiezo de nuevo claro que voy a poder seguro todo el
mundo puede si quiere y no me importa aunque tenga que trabajar de mesera en
Amsterdam no se me van a caer los anillos ya llaman para embarcar adiós pampa
mía”
miércoles, 17 de abril de 2019
EN TUS BRAZOS
Habíamos pasado la mañana riendo con los chistes
de un cómico de la radio. Nos reímos de la crisis económica, de la deuda
externa, del presidente. Sobre todo del presidente.
Vos me habías elegido una blusa azul francia y
unos pantalones de tela ligera con florcitas ocres. Yo quería calzado cómodo,
pero fuiste terminante: “Nada de pantuflas ─dijiste─ que
eso es para gente enferma” . Yo me puse
mis mejores sandalias sin chistar.
El almuerzo iba a ser un trámite. En realidad,
se nos hacía agua la boca al pensar en las masitas con crema pastelera que
siempre comprabas para la hora del mate.
Habías invitado a las mujeres de la
familia. A vos te gustaban esos encuentros cómplices. A mí también.
Los dos platos de sopa humeante reposaban
sobre la mesa, pero mis labios se empezaron a poner blancos. Me llevaste a tu cama. Las piernas me respondieron
ágiles como siempre, y eso te tranquilizó. Me acostaste y yo no podía inhalar
el aire que vos alborotabas torpemente con mi abanico verde, el más lindo de
todos. Y ahí estábamos, como al principio de nuestra historia pero al revés.
Ahora era yo la que boqueaba
mientras vos trazabas figuras
raras sobre mi pecho e invocabas ángeles que yo no conocía. Me desprendí del cuerpo con suavidad y te vi, hija, arrodillada a mi
lado dándome las gracias. Porque tu corazón supo que yo elegí una muerte íntima
y luminosa para sellar ese amor tenaz que todavía nos une.
jueves, 21 de febrero de 2019
ROSAS AMARILLAS
¡Qué país generoso, viejo! Ni
pagando conseguís que te hagan bien las cosas.
Mirá que les dije a los pelotudos del salón que el malbec no iba en la
heladera. Probalo, esta frío. Y las minas que sirven arrastran los pies, fijate, parecen las azafatas del tren fantasma. Yo
pago, loco, lo que me piden, por la guita no hay problema. Quería para Norma lo
mejor de lo mejor. Cincuenta años cumple, y treinta que estamos juntos. ¿Viste
los ramos de rosas amarillas que hay por todos lados? Ni se lo esperaba, hasta
en los baños hay. Cuando nos juntamos y
nos fuimos a vivir a Grand Bourg, lo
primero que hizo fue plantar rosales amarillos alrededor de la prefabricada ¿Te
acordás de eso? Ella no quería festejar pero yo insistí y les dije a los chicos
que la convencieran. Se lo merece, fue una gran compañera pero ahora está
retobada. Viste cómo son. Les das todo,
porque vos sabés que yo le doy lo que me pide. La tengo como a una reina. Vos
conocés mi casa. Un palo verde viejo, eso me la tasaron. Vive como una gran señora, nunca laburó ni nada. Lo
único que le pido es que no me rompa las pelotas, hermano, y ni así podés estar
tranquilo. Espero que el maitre no haya entendido al revés y sirva el Chandon
tibio…éste es capaz. Norma vivió siempre
sin tener que preocuparse por la guita. Nunca le pedí nada, cuando la conocí le dije
“vos tenés que estar siempre arreglada porque así cuando paso a buscarte no te
tengo que esperar” Era la época en que yo manejaba el camión. ¡Cómo laburaba
entonces! Anduvimos por toda la
Argentina. Ella me acompañó muchas
veces, parábamos en hoteles de mala muerte sobre la ruta. Después ya sabés, lo del sindicato y eso. Pero
a ella nunca le faltó nada. Hace poco se me paró de manos. Norma digo. Si,
decía que quería irse al departamento de Punta del Este a vivir sola, que
quería hacer algo por ella misma. ¡Qué la reparió! ¿Y qué carajo hizo hasta
ahora? Cuatro hijos tuvimos. Si eso no
es hacer algo en tu vida, no sé…Fijate ese mozo, casi se prende fuego él en vez
de prender la pata de cerdo, qué boludo.
Le di plata para que se comprara
el vestido más caro, uno que la levantara un poco, como a las pendejas ésas, ¡Qué
buenas que están! y mirá lo que se puso, parece una viuda. Me lo hace a propósito.
Me provoca y yo entro siempre como un caballo. Antes de recibir a los invitados
la fui a ver a la suite de arriba, y me
estaba esperando con ese vestido de mierda, todo negro, abotonado hasta el
gañote. Era la viva imagen de la parca. Me agarró la tanada y la zamarreé un
poco, nada, de la bronca, y mirá la cara de culo que tiene ahora. Ni me acerco
a brindar, que brinde con los hijos. El otro día me amenazó con contar lo que
sabe. Lo debe haber sacado de alguna serie de esas que mira en la tele. Lo que
sabe. ¡Debe creer que sabe mucho la muy forra! Es así, viejito, gasté una
fortuna al pedo.
lunes, 21 de enero de 2019
EL ATUENDO DE UN MUERTO INVISIBLE
La doctora llegó temprano a la
salita del barrio. La señora de la limpieza estaba subida arriba del escritorio
tratando de colgar unas cortinas de color lila. Si uno las miraba de lejos, y
obviaba ciertas partes más descoloridas que otras, había que reconocer que los arabescos bordados le aportaban una
sobria elegancia al ventanuco del consultorio.
─ ¡Cuidado, qué se va a matar! ─Le advirtió la doctora.
─¡Qué va doc! Ya está. ¿Usted se quejaba de que se veía todo para afuera?
¡Dios aprieta pero no ahorca doctorcita!
Las donó una señora de la parroquia. Las trajo ayer ─dijo la mujer mientras
bajaba del escritorio.
─¡Pero quedan cortas!
─ Me extraña doc, ¡A caballo
regalado, no se le miran los dientes!
La doctora asintió con la cabeza y sonrió.
La frase le recordó el día en que su
madre, bajo el marco de la puerta del ranchito
en el que vivían, a contraluz y
con un paquete desmayado en los brazos, le había parecido la imagen viva de La
Pietá de Miguel Ángel.
─Tomá, ayudame ─le había dicho a la hija.
─¿Qué es?
─Abrilo vos.
La chica había puesto el paquete
prometedor sobre la cama. Era de papel madera, estaba unido en los
extremos con alfileres que tenían
bolitas de color en las puntas. Lo habían armado en la tintorería con
paciencia oriental. La piba había sacado los alfileres con cuidado y los había
puesto todos juntos en un cenicero de lata con la propaganda de aperitivo
Gancia. Había apartado las hojas del
papel y allí estaba el blazer de pana negra, estiradito y con las mangas
cruzadas por delante. Parecía el último
atuendo de un muerto invisible.
─¿Es cómo el que vos
querías, no? ─Se
había entusiasmado la madre.
─Sí ─había dicho la chica
mientras lo desabotonaba. Con evidente decepción había agregado─, ¡Tiene la marca de la plancha !
─Fijate, está nuevo,
es una pena no usarlo. Aparte que uno lo usa de noche cuando todos los gatos
son pardos ¿Quién se va a andar fijando? ¡Probátelo, probátelo! Las mangas
justitas, el talle, el largo. Y es
negro, combina con todo. Viene bien para media estación. Lástima la marca de la
plancha. Justo adelante. Pero si llevás la cartera medio de costado, la tapás.
¿Ves? así. Tendrías que tener una cartera con las tiras más largas. Tengo una
tejida al crochet aunque me parece que no pega. Pero bueno, a caballo regalado
no se le miran los dientes. Era de la hija de la patrona. Como no sabe nada de
nada, lo quiso alisar y le apoyó la plancha re caliente así nomás, sobre la
tela.
─Qué boluda.
Y así fue como el blazer de pana pasó a
integrar la lista de los objetos averiados
que madre e hija atesoraban a pesar de su inutilidad, como la licuadora con el vaso rajado o la lámpara
de pie que se torcía igual que una jirafa melancólica.
Al lado de todo eso, la cortina le pareció a
la doctora un verdadero primor.
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